El canto de los grillos es, para mi, una música que me evoca noches de luna, de campo, de paz y de verano.
Los grillos son insectos que están emparentados con las langostas, pero no saltan tanto como sus primas, sino que se dedican a corren por el suelo con rapidez. Son buenos excavadores: necesitan un hogar que ofrecer a su pareja de apareamiento, para lo cual forman una galería o túnel en el suelo, de más de medio metro, y que termina en una habitación esférica. La entrada a su madriguera la mantienen limpia ya que la utilizan para zona de «canto» y así atraer a las hembras.
Solo los grillos machos cantan. La música que escuchamos en esas noches cálidas de luna y de sosiego, es el canto de amor de los grillos. Los machos levantan las alas y las frotan, una contra otra, y así hacen su música. Compositores e instrumentos a la vez, comunicadores de sus ganas de procrear, necesitan que del otro lado haya alguien, una hembra, dispuesta a escuchar y decodificar el canto, la propuesta.
La música del grillo debe cautivar, de lo contrario, fracasa.
El grillo sabe qué hacer. Hace lo que se tiene que hacer en el mundo de los grillos para atraer a su pareja. El grillo no le recita una poesía, ni le lleva bombones, ni la invita a pasear. El grillo hace lo que se espera que un grillo haga, canta su canción, hace la música que sabe que la hembra quiere escuchar. La hembra del grillo no acepta cualquier canción: elegirá la música que más la seduzca, que le diga mejor quien es el grillo que canta. La hembra del grillo tiene a su cargo la selección del mejor especimen. El grillo cantará, entonces, la mejor canción que pueda cantar.
En el mundo de los humanos, muchas veces las personas decimos lo que queremos, pero pocas veces nos detenemos a pensar en el otro para descubrir cual es la canción que queremos escuchar, y cual es la canción que queremos ofrecer. Nos conformamos con decir «esta es la canción que puedo cantar». Amores narcisistas y sin-descendientes. Y si bien lo que uno puede y lo que no, puede ser cierto y ser una verdad, el reconocimiento de las propias impotencias, debe implicar poder aceptar hasta donde queremos integrar al otro y tenerlo en cuenta. No hay otra forma de crear una melodía eficaz para dos. Sino, solo queda el azar, lo solitario y la casualidad.
Pero hay algo más sobre los grillos: una investigación realizada con apoyo de unas cámaras infrarrojas demuestra que los grillos pueden expresar una aparente caballerosidad al tratar a sus parejas de apareamiento. Por ejemplo, en ocasiones de peligro inminente, los machos pueden dar preferencia a sus parejas permitiendo que ellas ingresen primero a su refugio. La revista Current Biology publicó los resultados de la investigación de tal comportamiento y expresó que no es cierto que los grillos machos protegen a sus parejas después de haberse apareado con ellas para evitar que se apareen con otros machos (como algunos sostenían) sino que se trata de que “la protección en pareja evolucionó en un contexto de cooperación”.
Los grillos son sabios. Si no tocan la música adecuada, no procrean. Y además, cuidan y protegen.
Las hembras de los grillos también son sabias. Son las que eligen.
En las investigaciones efectuadas, no se detectaron traumas, ni en unos, ni en otras. Cada uno acepta su rol. Y se esfuerza en llevarlo adelante.
En cierta forma, el canto del grillo, es el canto del amor.