Todo lo que queremos en nuestra vida tiene un precio que debemos pagar. No me refiero a un precio en dinero -que también hay- sino un determinado costo (o inversión, según el caso) que debemos poner de nuestra parte para intentar lograr lo que queremos.
A veces es muy difícil cotizar lo que queremos, determinar el precio.
Una vez que logramos una cotización sólo queda la evaluación y la decisión: saber si estamos dispuestos a «pagar».
Es una ecuación económica casi, de costos y beneficios: cuánto tenemos que pagar, cuánto y qué es lo que creemos que vamos a obtener. Y en el medio de todo eso se juega el deseo, el querer, el noquerer y las impotencias.
Y aún así, aún cuando estamos dispuestos a pagar, nada nos dice que la operación salga bien.
Siempre hay riesgos.
La vida no es como el mercado. Sus leyes son distintas.
A veces creo que las entiendo. A veces me parece que ya no entiendo nada.