Desde que empecé Gastronomía, intento todos los meses comprar algún utensilio específico de esos indispensables para la práctica del arte de la cocina. Este mes le tocaba a los termómetros, así que me encaminé a uno de los dos o tres locales que ya tengo listados para hacer este tipo de compras bien específicas.
Me atendió el empleado de siempre, un señor mayor, atento y que siempre me pregunta como van los estudios y me aconseja sobre marcas y productos . Este fue más o menos el diálogo de hoy:
– ¿Qué va a practicar este fin de semana?
– Todo técnicas de trozado y deshuesado de pollos…
Hablamos un rato del aprovechamiento integral del pollo y otras cosas interesantes sólo para los que nos gusta cocinar y vender utensilios de cocina. Hasta que me dice:
– Me imagino que su marido debe estar feliz de poder disfrutar de estas comidas
– Espero que mi ex marido sea feliz, realmente, pero los únicos que van a disfrutar de mis comidas este fin de semana van a ser mis hijos
– ¿Estuvo mucho tiempo casada?
– Si, 20 años, hace tres que me separé
– ¿Le puedo contar algo que no le conté nunca a nadie?
Ya estoy acostumbrada a este tipo de preguntas. Mi interlocutor no sabía que soy psicóloga, sólo sabe que estudio cocina en el IAG. Algo en mi cara me delata siempre, y las personas después de hablar conmigo empiezan a contarme sus secretos. Ya ni me preocupa saber si es verdad o no que nunca se habían animado a contárselo a nadie. Sólo me sorprende la confianza de la gente de largar el peso de sus tristezas ante alguien que no conocen. Quizás así es más fácil…
– Claro – le contesté
– Yo tendría que haberme separado hace casi cuarenta años…
– ¿Se arrepintió de no haberse separado?
– Si- Hizo un silencio largo. Me miró y los ojos le empezaron a brillar. – Hace casi cuarenta años me dí cuenta que lo que sentía por mi mujer no era amor. Pero llegaron nuestros hijos y yo fui como un héroe para ellos. Era tanto el amor que me daban que no pude irme. Le dí la opción, le dije lo que me pasaba, le dije que eligiera ella. Nunca me pidió que me fuera. Siempre supo que yo no la amaba. La vida nos fue pasando. Hicimos nuestra casa, nuestros hijos crecieron. Después ella se enfermó, y ahí decidí que no podía dejarla…
– Pero me dijo que se arrepintió…
– Si, me arrepentí porque siempre me quedó la duda y las ganas de saber cómo será pasar al menos un mes con una mujer amándola realmente… cómo será que en algún momento del día piense “quiero llegar a casa y verla”, cómo será eso. Pero con casi setenta años se que eso quedó atrás y que nunca va a ser.
No supe que decirle. Lo rotundo de su pensamiento no daba para decir nada, sólo para haberle prestado el oído esos minutos y callar.
– Perdóneme – y ya enfilaba para buscarme el “sacasemillas”. En realidad, cuando terminé eligiendo mi termómetro, yo le había pedido el utensilio con un nombre que acá no se usa mucho. Le dije “necesito un descorazonador para las peras y las manzanas”. El se había reído y me había dicho que se llamaba “sacasemillas”. Después de eso comenzó el diálogo en cuestión.
– No tengo que perdonarlo -le contesté- tengo que agradecerle que haya confiado en mi para contarme esto. ¿Sabe? A veces intentamos que las personas que queremos o que nos interesan confíen en nosotros y no lo logramos…
Me quedé pensando en el “descorazonador” y en los dolores que la gente lleva a cuestas por la vida.
Cambié algunos detalles para que no haya posibilidad alguna de identificar a la persona que me contó su historia. No importan esos detalles, no importa si fue un hombre o una mujer, el diálogo es casi textual y parecía venir de un personaje del futuro que podría decirle a esas personas que dilapidan su vida negándose al amor que, al final, convivir con el arrepentimiento puede ser muy duro.
Creo que no queda otra más que andar descorazonándose por la vida, jugándose en cada intento, bancarse lo que pasa, y si falla, volver a intentarlo.
Espero que de lo único que me arrepienta cuando llegue a los setenta sea de los errores que cometo día a día por hacer, pero nunca, de los errores por no hacer, por no intentar, por no confiar y por no apostar.
Esta pequeña historia, de las cuales hay muchas, también esconde el miedo por aceptar algunas cosas y por no tener el valor de cambiarlas. Hay sol afuera. Si no sos feliz, no te podés quedar en el desván esperando que crezca una planta. Lamentablemente es un virus que abunda. Y que paraliza.
Ya que estamos, estoy necesitando un «sacasemillas». ¿Te parece?
MM
Tal cual Marce, pensé tantas cosas! Cuantos años de preguntarse «cómo será?» en vez de recordar el haberlo intentado.
Me gusto…