AMIA, un dolor que no termina

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Me desperté temprano pese a ser un lunes de la feria judicial de invierno porque teníamos un detenido. En esa época era abogada penalista y tenía mucho trabajo. Eran las 9 de la mañana y podía dar unas vueltas más en la cama. Al día siguiente iba a confirmar mi primer embarazo, pero yo ya sentía que mi primer hijo estaba creciendo en mi cuerpo. Pero esa mañana era todavía sólo de un dulce presentimiento. Era una mañana fría y de sol, y daba ganas de quedarse.

En medio de esa somnolencia tibia, el mundo cambio. Vivíamos a pocas cuadras de la AMIA, en un segundo piso, pero no lo sabía. La explosión hizo temblar todo, casi todos los vidrios resistieron, apenas. En los segundos interminables de silencio que siguieron al estruendo, pensé que había explotado la estación de servicio que quedaba a una cuadra y media de mi hogar.

Mi ahora ex salió del baño a medio afeitar preguntándome y preguntándose qué había sido eso. Pusimos la televisión y nada. A los pocos minutos el aire se llenó del ruido siniestro de las sirenas. Sirenas de bomberos, sirenas de ambulancia, sirenas de policía. Todo era ensordecedor y una pesadilla. Y recién había empezado. Eran casi las 10 de la mañana.

No importa el lugar del mundo donde ocurra. La muerte sin sentido sacude todos los sentidos de aquellos que no entendemos nada de tamaña desmesura de desamor y de odio. 85 muertos señalaron al día del peor atentado terrorista que sufrimos en nuestro país y uno de los peores registrados a nivel mundial contra la comunidad judía. En el momento del atentado 67 víctimas estaban dentro de la sede de la mutual y otras 18 en la vereda o en edificios aledaños. Las noticias hablan de 300 heridos.

Pasaron veintidos años. Sin justicia y sin memoria no hay posibilidad de seguir adelante, de profundizar el duelo y de que las heridas cicatricen.

Sin justicia y sin memoria somos presa fácil para propiciar la repetición.

El Comité de Derechos Humanos de la ONU difundió el pasado 15 de julio sus observaciones finales sobre la falta de cumplimiento por parte del estado argentino con relación al Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos. Dicho pacto, a los efectos de nuestro ordenamiento legal, es ley suprema, con rango constitucional. Se señaló que algunos de los graves problemas de derechos humanos que se observan en nuestro país requieren políticas concretas e iniciativas institucionales. Dentro de los muchos motivos de preocupación se señaló “lentitud” e “información limitada” sobre la investigación del ataque a la AMIA. “El Estado parte debe intensificar sus esfuerzos para investigar lo ocurrido en el ataque en 1994 al edificio de la AMIA, con el fin de que los responsables sean llevados ante la justicia” y “tomar las medidas necesarias para garantizar que la investigación se lleve a cabo de una manera rápida, efectiva, independiente, imparcial y transparente”.

AMIA es un dolor que no se termina, que no termina de doler porque los que quedaron no pueden poner fin a una etapa que les permita seguir adelante y comenzar un camino de aceptación. Al dolor de una muerte sin sentido le sigue el peor sentido de no haber encontrado justicia.

Y ya pasaron veintidos años.

Foto: Infobae

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