Cocinar es altamente adictivo. Cuando te apasionas por la cocina es difícil no pensar en función de la alquimia que implica combinar sabores, texturas, aromas y colores. La cocina es creatividad. Una vez un profesor del Instituto Argentino de Gastronomía, en el cual estudié cocina y pastelería, nos dijo que al terminar la carrera deberíamos agarrar las recetas que con tanto cuidado guardábamos y tirarlas todas. Y recién ahora, casi un año después de terminada esa etapa, entiendo a qué se refería.
Cocinar siguiendo recetas no es exactamente ser cocinero. Ser cocinero es animarse a crear. Probar, una y otra vez, hasta lograr «eso» que teníamos en mente. Empezamos a sentirnos cocineros cuando entendemos la química de los ingredientes y sus combinaciones y el por qué de los procesos. Por eso digo que es alquimia. Alquimia mágica, porque lo que estamos creando va a alimentar a alguien. Va a haber un otro dispuesto a ingerir y nutrirse con nuestro producto.
Hay que ser honestos cuando cocinamos. Hay que ponerse en sintonía con lo mejor de uno para cocinar con amor.
La pastelería me apasiona. Pero pensar en pastelería vegana, limitada en cuanto a los ingredientes tradicionales que estoy acostumbrada a usar, es un desafío irresistible. Como decía ayer en un post sobre sustituciones, cada ingrediente cumple una función y cuando tenemos que elaborar sin ingredientes que son en teoría infaltables, como huevos, manteca, leche, hay que empezar a pensar en términos de química. Porque no es que sacamos un ingrediente para sustituirlo por otro, sacamos todos los ingredientes que sean de origen animal y construimos a partir de una esencia que nos dice que nuestro producto tiene que ser ciento por ciento libre de esa clase de sustancias.
Cuando entendemos esa construcción a la que me refiero, el tema de las sustituciones empiezan a perder protagonismo. Y entonces arrancamos un proceso mental distinto, que es pensar un alimento con ingredientes únicamente provenientes del reino vegetal y mineral y que además sea rico, nutritivo y saludable. Como estos muffins, vamos con la receta:
Ingredientes
Harina integral 200 gr
Polvo para hornear 10 gr
Bicarbonato de sodio 3 gr
Sal fina 5 gr
Canela 5 gr
Jengibre rallado 5 gr
Esencia de vainilla c/n
Calabaza cocida al vapor o al horno 250 gr
Azúcar integral o rubia 200 gr
Jugo de limón 1 cucharada
Aceite de girasol 150 cm3
Semillas de Chía 1 cucharada (previamente hidratadas en 3 cucharadas de agua, para más información sobre el uso de este producto consultar este post)
Almendras 100 gr
Preparación
Poner a hidratar las semillas de Chía con el agua. Picar las almendras. Preparar un molde porta muffins con pirotines de papel. Esta receta rinde para unos 12 muffins grandes o 20 chicos.
En un bowl preparar todos los secos -harina integral, polvo para hornear, bicarbonato, sal, canela, jengibre – y mezclarlos bien.
Mezclar en un bowl la calabaza cocida hecha puré (me gusta usar del tipo «Anco») con el azúcar, el aceite, la sal, la esencia de vainilla, el jugo de limón y las semillas de Chía hidratadas hasta integrar totalmente. Esta tarea resulta más fácil si la realizamos con un batidor (aunque no sea necesario batir). Incorporar los secos en dos o tres veces hasta lograr tenerlos totalmente integrados. Dejar reposar mínimo media hora.
Precalentar el horno a 180/190º.
Con manga o con cuchara rellenar los pirotines sin llegar hasta el borde y llevarlos al horno durante aproximadamente 20 minutos (los tiempos de cocción no son exactos, siempre dependen de cada horno).
Bon appetite!
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