Mis pacientes conocen un ejemplo que suelo dar: cuando viajás en avión hay indicaciones de seguridad en el momento del despegue. Ahora suele ser un video, antes era siempre una azafata quien te explicaba que, en caso de viajar con niños o personas que requieran asistencia y de producirse una emergencia, al caer las máscaras de oxígeno primero debemos usarlas nosotros y luego colocarla al otro.
Cada vez que pregunto “a quién le colocarías primero la máscara, a vos o a tu hijo?”, invariablemente la respuesta es “a mi hijo”. Si fuera así, la consecuencia sería que te quedarías sin suficiente oxígeno y te desmayarías, y no podrías cuidar a nadie.
En la vida de todos los días es igual. Cuando no guardamos una reserva para nosotros mismos, no podemos seguir sosteniendo a los demás. Hay un narcisismo bueno, un egoísmo bueno que nos protege para seguir sanos y con energía.
No podemos querer a los demás si no nos queremos. No podemos cuidar a nadie si primero no nos aseguramos estar bien nosotros. Ahí donde comienza el sufrimiento, el dolor, el malestar es el momento de preguntarse por qué razón nos ofrecemos para el sacrificio.
Para muchas personas esto es natural y también están las que no registran las necesidades de su entorno. Pero para algunos es muy difícil ponerse como prioridad porque comienzan a sentirse culpables. Cambiemos la palabra “culpa” por “respondabilidad”. Miremos si estamos asumiendo responsabilidades ajenas, pensemos que si cargamos de más nuestra mochila no sólo no la vamos a poder llevar sino que el dueño real de la carga no va a aprender nada.
Dediquémosle tiempo a cuidarnos y a querernos. Tenemos una sola vida y pasa demasiado rápido. Nos merecemos ratos de descanso, de alegría y de disfrutar. El buen amor comienza por nosotros.