Del aburrimiento y otras yerbas

Si señores, hasta Brad Pitt se aburrió alguna vez en su vida: «Empecé a hartarme de mí, sentado en un sillón, escondido. Comencé a sentirme patético. Me quedó claro que estaba tratando de encontrar una película acerca de una vida interesante…»

Desde hace un tiempo escucho repetidamente en el consultorio la frase “estoy aburrida/o”. El aburrimiento es la forma habitual que tiene una persona de decirnos que lo que tiene/hace/vive no lo llena, que quiere otra cosa. El aburrimiento puede tener que ver con el trabajo, con la vida social, con la vida en pareja o con varias cosas al mismo tiempo. En la mayoría de los casos, el aburrido ni siquiera sabe lo que quiere. Peor aún: ni siquiera se anima a preguntarse qué quiere.

Aburrimiento y esperanza, aunque parezca una contradicción, van de la mano. El aburrimiento habla de la esperanza y la esperanza es el seguro del aburrimiento. La esperanza de que algo cambie. Como función, el aburrimiento rompe con la armonía, la monotonía y la rutina: es una señal de alarma de que algo no funciona bien. Como destino, el aburrimiento llega para transformarse en algo mejor.

Algunos sujetos prefieren sumergirse en el aburrimiento antes que cambiar algo. Ahí es cuando el aburrimiento como señal, falla.

El aburrimiento también se presenta cuando un sujeto siente que ya no puede sorprenderse, cuando ya no se considera valioso ni siquiera para detentar la aptitud de la sorpresa ni del asombro. Cuando cree que ya no merece sorprenderse. En esos casos, pensamos que se enfrenta con la percepción dolorosa de lo repetido, de lo monótono, de lo metonímico. El aburrimiento, entonces, implica una exigencia y una esperanza, exigencia y esperanza de romper con una rutina absolutamente mortal. Aburrimiento como fórmula contra lo tanático.

Pero en los casos patológicos también podemos descubrir algunos aspectos narcisistas detrás del supuestamente inocente e ingenuo aburrido: hay alguien que se cree tan espectacular que nada de la vida le resulta lo suficientemente entretenido o conmovedor como para sacarlo de su letargo (R. Rodulfo, 1995). El narcisista es demasiado interesante para si mismo como para perder tiempo en el mundo que lo rodea.

Algunos sujetos están aburridos porque les ha faltado un objeto que sostenga el interés para descubrir al mundo. Sanmartino propone que estas personas suelen despegar rápidamente hacia el mundo externo cuando encuentran un objeto que los libidinice, que ponga interés en ellos y que los rescate del estado de carencia, que rememoraría al hospitalismo descripto por Spitz. Pero me parece una propuesta demasiado optimista en algunos casos.

¿Por qué el aburrido se enamora de su aburrimiento?

El sujeto que relata su aburrimiento crónico casi nos describe una relación de compromiso con su estado. Está aburrido, pero no quiere hacer nada para salir al mundo a sorprenderse. Hace todos los días lo mismo, y cree que haciendo todos los días lo mismo algo va a cambiar. Se queja de la rutina, pero la cumple estrictamente. No hace falta ser analista para darse cuenta que detrás de esa resistencia al cambio hay miedo. Así lo pueden expresar algunos: tengo miedo, pero no se a qué le temo. O en el peor de los casos, están los que le tienen miedo a todo.

¿Tienen “miedo”? ¿Qué es el miedo? El miedo es una reacción natural y fisiológica frente a la percepción de que se va a sufrir un daño cierto e inminente. El miedo tiene un objeto: caminamos solos a la noche, por una calle oscura, vemos algo que se mueve en la sombra y experimentamos todas las reacciones físicas que produce el miedo con su descarga de epinefrina (adrenalina): tenemos miedo a que nos asalten, es algo concreto, el cuerpo se prepara para la huida o para defenderse.

El miedo del aburrido no es miedo, sino que parecería vincularse más con la angustia y con la ansiedad. La angustia del aburrido tiene una connotación de parálisis y de inmovilidad.

No podemos perder de vista nunca que todo síntoma implica un beneficio secundario: que el neurótico se enamora de su síntoma porque es lo que lo aleja de la oportunidad de salir al mundo a resolver cosas y hacer algo con su vida, a involucrarse. La queja, la inmobilidad, el aburrimiento, el miedo eterno, son cosas de las cuales el sujeto se enamora y a las cuales les dedica un monto de energía que no destina precisamente al cumplimiento del deseo que se esconde detrás de toda su sintomatología.

No perdamos de vista, entonces, que sólo va a poderse trabajar con aquel que llegue a manifestar que su aburrimiento le molesta. Hasta que no lleguemos a ese punto, va a ser todo blablabla, palabra vacía.

Volviendo a la sensación de miedo, que en realidad se encuentra más emparentada con la angustia y la ansiedad, encontramos en la mayoría de los casos, una ambivalencia, o una divalencia o hasta una trivalencia: por lo general el sujeto busca algo, pero al mismo tiempo teme que eso no pueda concretarlo (falta de confianza en si mismo), teme sentirse frustrado de nuevo en su deseo (falta de confianza en el objeto) y teme que el deseo se concrete (temor al cumplimiento del propio deseo). La presencia de uno, dos o los tres sentimientos descriptos en forma simultánea lo hacen sucumbir en un estado de permanente ansiedad y agobio que con el tiempo se transforma en un estado de ansiedad crónica o en un sentimiento insoportable de nada, de la nada misma, de vacío.

También está el sujeto que comienza a hacer síntomas como puede, en algunos casos, a través de enfermedades en el cuerpo. Y también tenemos aquellos sujetos que pertenecen a un sistema (de pareja, familiar, etc), al cual terminan enfermando, y en el cual el sujeto aburrido hace o no síntoma, pero lo que sí es seguro que comienzan a enfermarse quienes están a su alrededor.

El “aburrido-ansioso” muchas veces pierde su capacidad de decidir. En los casos graves, la imposibilidad de tomar una decisión en un estado de ansiedad se origina en la incapacidad del sujeto de establecer qué es lo mejor. Al no permitirse acercarse a su propio deseo (porque seguramente los niveles de angustia crecen en esa aproximación), el objeto se torna difuso, lo cual impide establecer decisiones. Nuevamente, el estado de parálisis es un beneficio secundario: si no puede decidir, nada tiene que hacer, ningún riesgo tiene que tomar.

Hay un deseo que moviliza la ansiedad (Begehren), o dicho de otra forma, para que haya ansiedad tiene que haber un deseo. El miedo que se esboza en la ansiedad no es un miedo amenazante en la realidad, sino que es el miedo a que el deseo se cumpla o no se cumpla, es un temor a la frustración, ya sea por temor a la falta de satisfacción, o por temor a que el objeto no se pueda alcanzar.

Este es un relato real, le pasó a una paciente mía que fue a comprar un par de zapatos. Esto es lo que pensaba mientras estaba en la vidriera: “yo quería esos zapatos, pero tenía miedo a que fueran tan caros que no pudiera comprármelos… y también pensaba que si los compraba cuando estuviera en mi casa ya no me iban a gustar, me pasa seguido eso… pero también me preocupaba mucho que si me los probaba, me gustaban y me los compraba me iba a sentir culpable de haber gastado tanto dinero en un par de zapatos… En todo esto pensaba mientras estaba mirando la vidriera… Cuando me decidí y entré ya no había de mi talle, se los habían llevado recién…”

Por lo general, el aburrido-ansioso es altamente autoexigente y se somete a las más absurdas presiones, y simultáneamente, espera mucho de los demás. Espera incluso lo que él mismo no está dispuesto a hacer ni a decir. Las presiones de las que se carga inútilmente, su nivel de perfeccionismo y sus necesidades insatisfechas lo llevan a vivir en un estado de perpetua ansiedad: no puede desconectarse (abschalten) y tampoco puede entrar en acción (auftanken).

La mayoría de los autores del psicoanálisis sostienen que la ambivalencia del sentimiento de ansiedad esconde que aquello que más se desea es aquello que más miedo da. El miedo que genera el deseo tiene que ver con el temor a recibir un castigo por haber sucumbido al deseo (en el caso que el deseo se cumpla) o el temor por la frustración o el desengaño (en caso que el deseo no se cumpla).

Esto muchas veces lleva al sujeto a no poder decidirse pese a desear salir de su estado de aburrimiento crónico. Viven posponiendo continuamente las decisiones, y mientras perciban que el deseo está irrealizado mantienen también la sensación de que alguna vez pueden conseguirlo. Cuando se animan a pensar que podrían llegar a hacer algo, los vuelve a asaltar el “miedo” con la pregunta: “¿y si hago esto y resulta que no era lo que yo quería hacer?”. En el interín, en el intervalo entre el presente y un futuro imaginario, hay una parálisis constante que los mantiene en el mismo sillón, con el control remoto de la televisión en la mano, pasando por canales que muestran imágenes que no llegan a ver nunca. La vida, afuera, sigue su curso. El aburrido hace un zaping permanente con su propia vida.

Entonces podemos esbozar una respuesta a la pregunta que dejamos planteada: el aburrido se enamora de su aburrimiento porque es más fácil estar aburrido que hacer algo. Es una solución a sus problemas, es una forma muy elegante de tirar su vida a la basura.

No voy a “aburrirlos” con los términos alemanes del proceso de la ansiedad. Pero no hace falta ser Einstein para darse cuenta que un sujeto en este estado presenta una neurosis de angustia que requiere tratamiento. Mientras estos síntomas sean funcionales a sus rutinas, la queja residirá sólo en su estado de aburrimiento, en el querer y no querer simultáneo, en la imposibilidad de producir efectos materiales en el mundo que lo rodea. Pero seguirá regodeándose con su lenta agonía.

Si en algún momento el síntoma comienza a molestar, si en algún momento el sujeto se da cuenta que los años pasan, la vida sigue su curso, las células de su cuerpo envejecen, las personas siguen su ruta y todos compartimos el mismo e inevitable destino, en una de esas se decide y busca un analista.

Fuente imagen: International Business Times – Enlace