El rugby y la adversidad: algo más que tener lomo y técnica – 2 parte

En la primera parte de este artículo decíamos que para jugar al rugby hubo, en algún momento y aunque no se recuerde, una decisión que tuvo que ver con enfrentar la adversidad, en función de las condiciones físicas extremas que propone la práctica de este deporte. Y que esto genera en el jugador un aprendizaje que tiene que ver con sobreponerse a todo aquello que se opone a sus deseos y a sus sueños. Una vez internalizado este aprendizaje seguramente ayudará a quien practica este deporte a que enfrente la vida de otra forma.

Todo lo externo influye en la vida del deportista, pero también la práctica del deporte va interactuando y conformando su personalidad. Es un feedback constante. Por eso el deporte también es una herramienta educativa y de transmisión de valores. Lo que se aprende en el deporte y se incorpora con coherencia a la personalidad, en sintonía con la esencia propia, puede ser llevado en forma natural al resto de los aspectos de la vida.

Volviendo al rugby, no toda  la lucha contra la adversidad la encontrarán los jugadores dentro de la cancha. Conté el caso de un jugador que me dijo: “hago todo, me entreno más que nadie, mejoro día a día, hago realmente todo lo que puedo, pero pusieron a fulano, porque es hijo de un directivo”.

Visto así parecería que se trata solo de un hecho “externo” que se opone a los deseos del jugador. En este caso, se trataba de un jugador que estaba peleando por su llegada a la primera de su club. Y de una situación que no es algo aislado, ni siquiera algo especial, sino que sucede todo el tiempo, en todas partes. No vamos aquí a realizar un juicio de valor sobre este tema, sino que vamos a pensar el hecho desde lo que nos toca hacer como psicólogos deportivos.

Desde lo motivacional parece un acontecimiento absolutamente desalentador. Pero desde nuestra función tenemos que tomar cada hecho tratando de que nos sirva como una herramienta para mejorar en algo el rendimiento del deportista, aunque se presente como una situación absolutamente adversa o incluso disvaliosa o injusta. Y, como siempre, una herramienta que le ayude a mejorar como persona dentro y fuera de la cancha. La pregunta sería: “¿qué puede aprender de esto?

Si aprendemos a ver las cosas evitando, al menos por un rato, hacer un juicio de valor (o sea, decir “esto es bueno, esto es malo”) podemos utilizar la mayoría de las cosas que nos sucede para tratar de salir más fortalecidos cuando transitamos momentos adversos. En la observación de cómo se transitan estos momentos podremos detectar las capacidades internas y las posibilidades de un jugador. Mientras algunos tomen un hecho como el que me contaba este jugador como una situación injusta y se retraiga, otro verá la “injusticia” como un desafío que lo movilice a mejorar y llevar su capacidad al ciento por ciento, con el objetivo de ganar el puesto que cree merecer. Mientras uno se desalienta, otro puede elegir evaluar si ya dio el ciento por ciento o si dejó un resto que pueda ahora hacer jugar para mejorar aún más y lograr sus objetivos.

Nosotros podemos acompañar y ayudar al jugador en este proceso, tratando que saque toda su fortaleza interior. Pero tengamos presente que algunas veces será posible y otras no. Al igual que en cualquier otro aspecto de la vida, hay personas con mayor fortaleza mental que otras.

Hay jugadores que dando poco son buenos; hay jugadores que aunque den todo no lo son, pero que aún así sus entrenadores los quieren en el equipo; hay jugadores que no sólo dan todo sino que tienen un plus extra que sacan a relucir en el momento adecuado y los hace sobresalir del resto. Hay jugadores que con un estímulo adecuado pueden sacar de sí lo mejor.

A veces los jugadores vienen con la frase “yo me lo merezco”. Cuando de merecimientos se trata, la palabra del entrenador hará la diferencia. Será su estilo el que evalúe quien “merece” o no un puesto, más allá de las influencias externas a las que pueda tener que responder. Algunos entrenadores preferirán al jugador cumplidor, que no falta a ningún entrenamiento, que se cuida y que deja todo en la cancha, aunque no sea técnicamente el mejor. Otros preferirán a aquellos que tengan las mejores condiciones técnicas y físicas. Otros preferirán armar un equipo equilibrado, otros un equipo de amigos, otros armarán su equipo como puedan, y en suma, cada entrenador irá definiendo su estilo y evaluando que le da mejor resultado.

Este juicio de valor que realiza el entrenador puede ser estimulante para algunos y devastador para otros. Incluso el puesto para el cual son elegidos difiere a veces del ideal que trae el jugador sobre sí mismo, sobre sus capacidades y sobre el lugar que debería, a su criterio, ocupar en la cancha. La decisión del entrenador es una decisión que proviene de la autoridad, autoridad que debe respetarse… Y como la autoridad del entrenador mueve resortes internos, la historia personal  del jugador será la que mayor influencia tendrá a la hora de ver cómo enfrenta esta situación: algunos la aceptarán con resignación, otros se revelarán e intentarán demostrar su valía, otros confrontarán, etc.

A su vez, el estilo personal del entrenador facilitará la resolución del conflicto o lo acentuará. Uno de los objetivos que debería plantearse un entrenador, respecto a la motivación, es no fisurar la que ya exista en sus jugadores y, de ahí en más, ver como incrementarla y llevarla a niveles óptimos, sin sobrepasar la barrera que la transforme en una presión negativa.

Respecto a la evaluación que hace de sí mismo un jugador, tendremos jugadores que se sobrevalúen y crean que se merecen un lugar al cual aún no pueden acceder o con relación al cual no tienen todas las cualidades que creen poseer, tendremos jugadores equilibrados y tendremos jugadores que se sub-valúen y requieran un plus adicional para sacar lo mejor de si, entre otras muchas posibilidades y situaciones. También puede haber jugadores apáticos. Con cada uno el trabajo es distinto, y sin dudas apuntará a que el jugador pueda realizar una evaluación de sí  mismo lo más coincidente con su situación y a afianzar su seguridad y tenacidad, para que siga luchando

Podemos pensar, entonces, que la adversidad, aún en el caso que provenga del exterior, siempre se medirá en función de la capacidad interna que cada jugador tenga para mantenerse luchando y no rendirse, dentro y fuera de la cancha. En suma, para no someterse a aquello que se opone a sus deseos. Esto también es aplicable a los equipos. Una de las formas de evaluar psicológicamente a un equipo es observando su nivel de sometimiento a las situaciones de juego que le impone el rival. Sobre esto hablaremos otro día.

Bajar en PDF

Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

El rugby y la adversidad: algo más que tener lomo y técnica – 1 parte

Muchas veces decimos que el rugby es un deporte formador; formador de carácter, contenedor, generador de fortaleza y una herramienta de gran calidad para enseñar el concepto de responsabilidad. El apego a las reglas, la responsabilidad y la seguridad en las acciones son características que se buscan y se fomentan para la práctica de este deporte.

Una de las principales cosa que enseña el rugby es a luchar contra la adversidad. Entrar a una cancha de juego es saber que se entra a luchar por la posesión de la pelota, que te van a tacklear, que te vas a levantar y vas a seguir adelante, siempre con la línea del ingoal como meta. Para eso hace falta no sólo entrenamiento físico y técnica, sino pasión, fuerza anímica, garra, resistencia individual y colectiva, solidaridad, sacrificio y un fuerte vínculo con el resto del equipo y con la camiseta que representa, como símbolo, algo superior para lo cual se está jugando.

La adversidad es todo aquello que se opone a nuestros deseos. En esta primera parte vamos a pensar en la adversidad “material”, puntualmente en todo lo relacionado con la intensidad del juego que se mantiene a lo largo de todo el partido y de todos los partidos de un campeonato.

Para poder entrar en una cancha el jugador tiene que entrenar, desarrollar un estado físico particular y propicio para resistir un partido; el rugby es un juego donde las condiciones son adversas desde el inicio, donde se confronta con otro equipo que seguramente hará todo lo posible para ganar. Ir sin la mejor preparación a disputar un partido va más allá del resultado ya que también puede significar salir de la cancha lesionado. En este deporte como en ningún otro hay una permanente invasión del espacio propio, hay un contacto físico ineludible y hasta indispensable, que el jugador debe estar dispuesto a aceptar. Hay choque, lucha, saltos, pases; hay tackles, empujones, presión, levantamiento de otros jugadores, carreras que implican cambios de pie, cambios de ritmo, cambios de dirección, trotes, desplazamientos explosivos, patadas a la pelota… el rugby necesita jugadores con capacidad de adaptación y con buenos niveles de tolerancia a la frustración y a la intensidad que adquiere el desarrollo del juego. Esto va más allá de la resistencia física.

Hay algo que distingue a un jugador de rugby: toda esta adversidad, en lugar de disuadirlo, lo motiva. Donde hay adversidad, el jugador de rugby ve un DESAFIO.

Algunos sostienen que terminar de jugar un partido es en sí mismo un logro de dimensiones mayúsculas. Al final del encuentro el cuerpo del jugador está molesto e incluso dolorido. A medida que pasen las horas irán emergiendo los signos de la batalla en la propia piel. Algunos pensamos que ya entrar a la cancha a jugar es un logro en sí mismo, porque tuvo que existir previamente un movimiento interno, percibido o no por el propio jugador, tendiende a desestimar el miedo que implica entrar en lucha directa, cuerpo a cuerpo, con el adversario. No hay que subestimar esto. 

Pese a los dolores, el jugador vuelve a los entrenamientos para enfrentar el próximo partido. Precisamente, este deporte va desarrollando un incremento en los niveles de tolerancia a las molestias y a los dolores, los jugadores se van acostumbrando a ellas de una forma distinta a como es vivida en cualquier otro deporte. Esto no implica sólo lo físico; acostumbrarse a sobreponerse a estas situaciones que se sienten en el propio cuerpo y en el equipo, va formando el carácter y así se consolida, con el tiempo, uno de los aspectos de la resistencia a la adversidad.

El jugador de rugby, frente a la adversidad, siente el aguijón del desafío. Aprende a dar el máximo de sí mismo para conseguir lo que quiere. Aprende a sobreponerse a la exigencia física del juego, aprende a luchar con sus compañeros al lado hasta el límite de su fuerza, pero sabiendo que tiene a sus compañeros y que, fundamentalmente, sus compañeros lo tienen a él. Tiene que llegar a lo más hondo de sí mismo para enfrentar al adversario, incluso con dolor, hasta el minuto 80, a un ritmo vertiginoso. 

Hay un antes y un después a la decisión de jugar al rugby, una visagra. Aún aquellos que no lo recuerdan porque eran muy chicos, en algún momento optaron, eligieron. El que no entiende la psicología del rugby, no sólo su filosofía y su cultura, no comprende cómo un jugador, de la edad que sea, amateur o profesional, entra a la cancha y pone absolutamente todo en el momento que juega, como si se tratara de llevarse por delante cualquier cosa que se interponga entre su equipo y la línea del ingoal. Mucho menos entiende cómo hace para disfrutarlo.

Esa decisión hará la diferencia, ya que además de las destrezas individuales, la preparación física, entender el juego y entrenar, el jugador tendrá que aprender a tomar decisiones, dentro y fuera de la cancha, y la mayoría va a tener un trasfondo común: hacer lo que mejor lo prepare para afrontar el partido y apoyar a sus compañeros. Es algo que tiene que ver con la disciplina y, más concretamente, la autodisplina.

Una de las formas de la adversidad, entonces, es la adversidad “material”, todo lo que implica el contacto cuerpo a cuerpo. Todo lo que un jugador tiene que hacer para enfrentar partido tras partido esa adversidad va a tener una traducción en su vida “mental”. Después de pasar por esta experiencia la vida se enfrenta de otra forma, aunque el jugador ni siquiera se de cuenta. Por eso el rugby también educa.

La adversidad también puede venir de cuestiones que no tienen que ver con lo “material”; aquello que se opone a la concreción de los sueños puede provenir del interior del propio jugador, aunque en primer momento parezca un hecho externo. Hace un tiempo un jugador me decía: “hago todo, me entreno más que nadie, mejoro día a día, pongo todo, pero pusieron a fulano, porque es hijo de un directivo”… Algunos se dan por vencidos, otros siguen para adelante. De esto vamos a hablar en la segunda parte de este artículo, donde tendremos en cuenta también el concepto de sometimiento.

Bajar en PDF
Lic. Inés Tornabene
Psicóloga