Tengo 2 perras, 4 gatos y un loro (a él le gusta más que diga que es un guacamayo, pero para mi es un loro). Ellos no saben si es martes o domingo, si es 31 de diciembre o 4 de abril. No saben muchas cosas, pero saben demostrar todos los dias ese «algo» que sienten por mi, que algunos dirán que es apego, seguir al lider, lealtad o amor. Me quedo con ese tipo de Amor tan particular que desbordan a diario, cada minuto. A ninguno de mis compañeros mascotas se les ocurriría ofenderse porque yo sea siempre como soy. Los amigos y amigas que transitaron conmigo este año me quieren como soy y yo los quiero asi. Y solo quiero cerca a personas ante las cuales pueda hablar con lo que para mi es la verdad, dura, linda, triste, fea. Ya no quiero cerca personas a las que tenga que escribirles el diario de Yrigoyen para que esten felices, ante quienes tenga que ser quien no soy. En este día que simboliza el fin de un período y mañana el comienzo de otro (y que podríamos y deberiamos celebrar cada noche y cada mañana) brindo por mis amigos y por los que son amigos de alguien. Y me agradezco haber aprendido que no importa la edad, siempre podemos hacer nuevos amigos. Felicidades para todos!
Archivo de la etiqueta: amistad
Amistad, Eros y leyes #diadelamigo
Linda forma de despertarme escuchando los mensajes de mis amigos! No me gusta la asignación de días especiales para conmemorar lo que deberíamos celebrar todos los días, pero el día del amigo es como un cumpleaños, hay que festejarlo por el hecho de estar vivos y de tener cerca (cerca espiritual, que no siempre es cerca físico) a quienes amamos.
Amistad y amor son especies del mismo género, con diferencias de grado. Ambos se originan en la libido. ¿Todavía quedan personas que se escandalizan cuando se dice que en la vida todo es de origen sexual? Y si, la vida es sexualidad, o mejor dicho, sin sexualidad no hay vida, porque Eros es precisamente la pulsión que nos empuja a mantenernos con vida, y si renunciamos a esa pulsión de vida, sexualidad en su más pura esencia, simplemente, morimos.
Morir no sólo es convertirse en cadáver. Hay muchos cadáveres caminando y respirando por la calle ¡qué desprecio por la vida, respirar estando muertos! Pero es una mera cuestión de tiempo. Donde no hay Eros, se termina muriendo también en el cuerpo.
Freud señalaba la amistad como una aspiración sexual de meta inhibida, una declinación de la satisfacción que permite construir y mantener un vínculo que puede ser fijo y duradero.
Mi versión pagana de los dichos del Maestro es que las parejas (fugaces, ocasionales, duraderas, clandestinas, legales o imaginarias) pasan, pero los amigos y los hijos quedan.
Por eso fue un gran avance llevar esa realidad al ordenamiento jurídico, ya que permitió no sólo establecer un vínculo contractual entre dos personas que se aman (matrimonio), sino también entre personas que se aman pero que no comparten su vida sexual. La unión convivencial le da la posibilidad no sólo a quienes son pareja a unir sus vidas en lo jurídico, con las consecuencias que eso implica, sino también a quienes comparten su vida desde la amistad.
No me puse a investigar si los legisladores tuvieron en cuenta esta alternativa al momento de discutir la ley, pero me parece una opción interesante. Al menos, con mucho acierto, el Título III del nuevo Código Civil no dice nada (del art. 509 al 528) respecto a la vida sexual de las partes. Y conozco a muchas personas que por valederas razones preferirían establecer una unión convivencial con un amigo o amiga, que contraer matrimonio.
Siguiendo con la celebración de la amistad, me alegra haber aprendido a decir “te quiero” a los que quiero, y hacerlo todos los días. Me alegra que hoy no sea un día especial en el cual le digo a mis amigos «te quiero», porque se los digo cada vez que hablamos y nos vemos.
Y me siento orgullosa de los amigos que tengo y por tenerlos, pero también me siento orgullosa por los que ya no tengo. Me alegra haber dejado atrás a las personas que viven en la mentira, no me llevo bien con la mentira.
A todos, amigos y no amigos, amor y paz. A celebrar!
Día del amigo
Ayer celebramos el día del amigo y me quedaron algunas notas mentales marcadas con resaltador.
El primero saludo que recibí fue el de una de mis hijas, a las 00:00, que vino corriendo a colgarse de mi cuello y a decirme “feliz díaaaaa”.
Sentí que no me faltó saludar a nadie. Cada saludo lo hice con ganas, desde lo profundo de mi corazón. Cada saludo que recibí fue celebrado.
Recordé a mi mejor amigo de toda la vida, que falleció hace casi veinte años. Lo extrañé y lamenté, una vez más, que se haya ido tan rápido.
Me alegré por tener amigos desde hace tantos años y de tantos momentos distintos. De la escuela primaria, de la secundaria, de la facultad, del club. Amigos que conocí por trabajo y se convirtieron en dos de mis mejores amigos y padrinos de mis hijos, o sea, en parte de mi familia. Me alegré por la flexibilidad que logré desarrollar los últimos años sintiendo que puedo seguir conociendo personas con quienes llegar a crecer en amistad.
Cociné todo el día. La excusa era practicar para los exámenes, pero estaba cocinando para la noche, para compartir una mesa, para celebrar, en esta creencia que me dice internamente que cocinar es amar.
Hablamos hasta tarde. Pude brindar y abrazarme con mi amiga-hermana, pudimos reirnos, reflexionar, compartir cosas que no compartimos con nadie más, confiar y hasta bailar porque sí.
Terminé la noche hablando con una de mis mejores amigas como hablamos siempre, metiéndonos los dedos en las heridas sin miedo, diciendo qué nos duele, qué nos conmueve, dónde estamos y dónde nos vamos encontrando a nosotras mismas. Diciéndonos qué queremos, qué esperamos de la vida, cosas que a veces están tan distantes aparentemente de nuestra realidad que debería ser molesto confesarlo, pero con la misma valentía que venimos encarando la vida desde siempre, a puro abrirse paso. Hablamos hasta que ya el día del recordatorio de la amistad había terminado hacía tres horas y media. Y podríamos haber seguido, como vamos a seguir hablando a lo largo de la vida.
Y cerré el día, aunque ya era un nuevo día, con una de mis hijas, la que me había saludado a las 00:00, las dos comiendo pochoclos a las 4 y algo de la madrugada.
Entendiendo…
A veces creo que voy entendiendo algunas cosas. Hay porciones de la vida que dependen de mi, en un alto porcentaje (no olvidemos la teoría del caos, el efecto mariposa y los mundos alternativos de la mecánica cuántica por favor). Pero hay otras porciones en las cuales un alto porcentaje no depende de mi. Generalmente son las que quiero cambiar.
En esas solo puedo pensar, imaginar, desear. Verlas, nítidas, en mi mente. Sentirlas. A veces, recordarlas y proyectarlas hacia adelante. Pero sin sentirme nunca directora de cine, sino protagonista. Hay un cierto poder en saber que aún imaginando cómo nos gustaría que fuera algo seguimos siendo protagonistas.
El tema es no perder el humor. Ni la alegría. Ver «el medio vaso lleno», porque siempre lo está. ¿Sólo aire? ¿Hacemos el análisis químico? El aire no es un sinónimo de la nada. Nunca hay una parte «medio vacía», las dos partes contienen algo. El vaso está siempre lleno: una mitad agua, la otra mitad aire. No hay vacío. Lo que hacemos es elegir qué ver. Y confundirnos, creyendo que lo que no vemos no existe.
El árbol, muchas veces, tapa al bosque. En realidad, nosotros elegimos si ver el árbol o el bosque.
Cuando entramos a una habitación oscura luego de estar al sol, tenemos que acostumbrar la vista de a poco. En esto es lo mismo. Hay que acostumbrar los sentidos, el corazón, a descubrir de a poco, que nunca, nada de lo que vemos, es totalmente algo. Nada es totalmente bueno ni totalmente malo. Incluso puede variar el concepto a lo largo del tiempo. El árbol se conoce por sus frutos (el bosque, también).
Una persona que se fractura un pie puede pensar que le pasó algo malísimo, sufrir, lamentarse, quejarse. De pronto, la imposición de estar inmovilizada, le permite empezar a ver cosas que antes no veía. Y después, terminar descubriendo que fue una de las mejores cosas que le pudo pasar cuando, como consecuencia de eso, conoció al amor de su vida. Incluso dándose cuenta muchos años después.
Por eso, no hay que perder la conciencia que siempre que vemos algo, solo estamos viendo una parte. ¿Ying o Yang? No podemos verlos separados, porque perdemos la esencia!
La hija de mi amiga Andrea, que tiene seis años, dice: «lo que venga, venga con alegría». Esperamos que las personas, los acontecimientos, las cosas materiales «nos hagan» felices, cuando los únicos que podemos sentirnos felices somos nosotros, internamente. Y cuando nos paramos del lado de la amargura es porque estamos viendo sólo una parte de las cosas, eligiendo el lado negativo, amargo, triste, sin sentido. Eligiendo verlo así.
Y de esa porción que depende de nosotros mismos, de ese porcentaje, hagamos lo que tenemos que hacer, lo que creamos que es lo mejor que podemos hacer, para nuestra propia tranquilidad. A veces es solo cuestión de ir encontrándole la vuelta a las cosas. Mi amiga Andrea está en Barcelona, hoy «charlamos» un rato largo por WhatsApp, y yo tenía muchas ganas de verla, abrazarla, estar con ella, allá o acá. Yo podría lamentarme y decir, que lástima, ella está taaaan lejos… Ninguna de las dos estábamos lejos hoy. Las dos estuvimos un rato juntas, charlando, y el abrazo que le mandé le llegó, porque los sentimientos se mueven en un plano distinto. No puedo mentirme y decirme que lamento que esté lejos (en realidad ambas estamos a la misma distancia la una de la otra), porque estar lejos es sólo una actitud mental, no de la métrica. No puedo lamentarme porque lo que veo es cuánto la quiero. Y lo que me alegra el día es saber que vive en mi ese sentimiento.
Entonces, en esa otra porción que no podemos o creemos que no podemos modificar, tenemos que descubrirle el lado amable, el lado que tiene sentido para nosotros, porque lo tiene. Si te quiero y no estás conmigo, rescato el «querer» y no la ausencia. El querer depende de mi. Y la ausencia, en definitiva, no siempre es ausencia. Alguien que haya pasado por la muerte de alguien muy amado sabe que ni así la ausencia es tal. Los objetos de amor se introyectan, se incorporan a nosotros, son parte nuestra. Por eso el duelo puede hacernos superar la ausencia física, pero no siempre nos hace dejar de querer.
La resignación es una actitud pasiva, de derrota. La aceptación es una actitud activa, donde nos involucramos con las circunstancias más allá de lo que en el momento entendemos como bueno o malo, y trascendemos la valoración. La resignación deriva en tristeza y desgano, y es la excusa perfecta para no hacer nada (si nos resignamos creyendo que nada podemos hacer, ya no tenemos la «obligación» de hacer algo, ¿no?). La aceptación nos abre puertas y posibilidades. Y es la base para proyectar los cambios.
Gracias Andre, por la charla de hoy. Yo también me quedé con cara de feliz cumpleaños.
Nenas buenas
Cuento cortísimo. Se lo dedico a mi amiga Adriana (aunque ninguna de las dos ya fumemos ni seamos tan buenas).
Se levantó y se miró al espejo. No se gustó. Hacía varios días que se miraba y no se gustaba. Algo andaba mal, era un ruido molesto que sentía en la cabeza, pero no tenía ganas de saber qué era exactamente.
Fue a la cocina, encendió un cigarrillo y puso a calentar agua. Preparó el mate como todos los días. Era domingo, estaba sola. Música de fondo y mucho, mucho fastidio.
Se había pasado toda una vida, la suya, siendo la nena buena que papá y mamá le habían pedido. Buena en el colegio, buena en la facultad, buena en cada trabajo que tuvo. Ahora ya no era una nena, pero seguía siendo buena. Había sido una buena esposa, buena empleada, buena profesional, buena amiga, buena madre, buena ciudadana.
Pero lejos de sentirse bien por eso, se sentía una completa imbécil.
En el fondo sabía por dónde venía el malestar, y no tenía ganas de indagar más al respecto. Pero el ruido en la cabeza no paraba.
En el trabajo siempre elogiaban su desempeño… “qué bien qué hiciste esto”, “qué bien que manejaste tal tema”. Pero el ascenso se lo llevó otra persona. Así con todo. Recibía elogios, muchos elogios, pero el primer premio se lo daban a otro. Ella venía conformándose con ser buena, linda, genial, etc, etc, etc, pero no entendía bien por qué, todavía, no alcanzaba.
Al final, ese domingo, entre mate y humo, se preguntó si el problema no sería que se había esforzado demasiado por ser una nena buena, mientras que el mundo pertenecía a los seres comunes y corrientes, egoístas, humanos.
Se levantó y fue a mirarse otra vez al espejo. Seguía sin gustarse, sin verse ni linda ni nada parecido. Es más, se miró un poco más y se dijo que claramente tendría que verse aún peor, que definitivamente tenía que borrar esa expresión de idiota buena y dejar salir a la bruja que en algún lado de su alma debía anidar. Ser una fucking bitch, una jodida, como era la mayor parte de la gente que conocía.
Quizás así las cosas le fueran mejor. Las brujas y las jodidas tienen más suerte.
En definitiva, pensó, ella no buscaba elogios. No quería ser la mejor madre del mundo, sólo quería que sus hijos la amaran. No quería que le dijeran que era excelente en algo, quería que reconocieran su trabajo y le dieran lo que le correspondía. No quería que le dijeran que era una buena mina y que era linda, quería que estuvieran a su lado.
Ella ya había aprendido que detrás del elogio venía siempre un “… pero…”, y creía que no podría soportar ni uno más sin estallar.
Tenía que buscar. En algún lugar, en algún momento de su vida había perdido el egoísmo. Ese egoísmo fundamental para sobrevivir. Así no iba a poder resistir mucho más. Pero ¿dónde lo había dejado?
¿Por dónde empezar? ¿Qué tablero patear? ¿A quién le iba a apuntar primero? No tenía ganas de convertirse en Michael Douglas en Un día de furia, pero sabía que algo tenía que hacer urgente para que no fuera ella misma quien se quebrara internamente.
Lo sentía. Sabía que tenía que abrirle la puerta al enojo. Sabía que tenía que dejarlo salir. Sabía, ella sabía en el fondo qué la estaba enojando. Sabía que estaba siendo buena con todo el mundo y no estaba siendo buena con ella. Sabía que no reclamar, no preguntar, no saber, no hacer lo que debía hacer por ella misma, tenía más que ver con su miedo que con su bondad. Sabía que no preguntar y no exigir no era por su mentalidad zen, ni por sus creencias filosóficas, sino porque tenía miedo, mucho miedo.
Sabía, no podía seguir ocultándolo, donde estaban cada uno de sus pensamientos y de sus sentimientos. Sabía la frustración que su trabajo le generaba, el malestar que los problemas económicos le traían, el cansancio y el agotamiento de luchar todos los días por sus hijos, la angustia del no saber en qué iba a terminar esa apuesta al corazón en la que se había metido.
Se miró de nuevo al espejo y supo con claridad qué era lo que no le gustaba: no le gustaba su propia cobardía. Su cobardía disfrazada de bondad y de comprensión. Las piernas se le doblaban.
No era buena, era una cobarde. No era comprensiva, estaba aterrorizada. No era que tuviera una paz interior que la sostuviera, que estaba centrada y en contacto con su propia verdad. Era que las incognitas, la incertidumbre, el no saber, la habían paralizado, la habían dejado suspendida y con cara de espanto. Se tuvo que admitir que todo lo que ignoraba era tanto que no era posible sostenerse en el medio de esa nada.
En definitiva, era una cuestión de valentía. De ser valiente para enfrentarse con las cosas que tanto la asustaban. De ser valiente para admitir que tal vez con alguno de sus hijos estaba fracasando en su misión, de entender que en el trabajo el mejor puesto se lo queda el que mejor palanca tiene, de admitir que fue una imbécil al comprar su libertad en lugar de exigirla por la fuerza y de admitir que a veces tenía que dejar de ser una nena buena y ser una mujer exigente y respetarse a si misma.
Encendió otro cigarrillo. No estaba segura de lograrlo. Venía de una generación de nenas buenas. Pero sabía que por algún lado iba a empezar, que algún tablero iba a patear. Aunque todavía no supiera bien cual.