Amar lo que hacemos

Recuerdan la frase «elige un trabajo que te guste y no tendrás que trabajar ni un día de tu vida»? Creo que se le adjudica a Confucio, refiriéndose a que cuando nuestro trabajo nos gusta no lo vivimos como una carga.

Lejos de ser una carga, el ejercicio de la Psicología es algo que cada día me sigue enamorando. Ya no es la pasión por saber, ya no es el estudio para saciar la curiosidad. Es estar sentada en mi consultorio amando lo que hago.

Así que, la pareja que conformamos mi profesión y yo hemos evolucionado. El deslumbramiento quedó atrás, la rudeza de aprender poniéndose uno en cuerpo para la escucha, las tristezas y la impotencia, todo eso nos llevó a este momento donde cada día la vuelvo a elegir como lo que soy, más allá de los títulos y los saberes.

Y espero poder seguir ejerciendo hasta el último aliento, ya que creo que los años le aportan, además, sabiduría y comprensión ante el dolor que cada ser humano trae a cuestas. Ser psicóloga es una de las cosas que más alegría me da cada día.

Por un ratito, primero yo

Mis pacientes conocen un ejemplo que suelo dar: cuando viajás en avión hay indicaciones de seguridad en el momento del despegue. Ahora suele ser un video, antes era siempre una azafata quien te explicaba que, en caso de viajar con niños o personas que requieran asistencia y de producirse una emergencia, al caer las máscaras de oxígeno primero debemos usarlas nosotros y luego colocarla al otro.

Cada vez que pregunto “a quién le colocarías primero la máscara, a vos o a tu hijo?”, invariablemente la respuesta es “a mi hijo”. Si fuera así, la consecuencia sería que te quedarías sin suficiente oxígeno y te desmayarías, y no podrías cuidar a nadie.

En la vida de todos los días es igual. Cuando no guardamos una reserva para nosotros mismos, no podemos seguir sosteniendo a los demás. Hay un narcisismo bueno, un egoísmo bueno que nos protege para seguir sanos y con energía.

No podemos querer a los demás si no nos queremos. No podemos cuidar a nadie si primero no nos aseguramos estar bien nosotros. Ahí donde comienza el sufrimiento, el dolor, el malestar es el momento de preguntarse por qué razón nos ofrecemos para el sacrificio.

Para muchas personas esto es natural y también están las que no registran las necesidades de su entorno. Pero para algunos es muy difícil ponerse como prioridad porque comienzan a sentirse culpables. Cambiemos la palabra “culpa” por “respondabilidad”. Miremos si estamos asumiendo responsabilidades ajenas, pensemos que si cargamos de más nuestra mochila no sólo no la vamos a poder llevar sino que el dueño real de la carga no va a aprender nada.

Dediquémosle tiempo a cuidarnos y a querernos. Tenemos una sola vida y pasa demasiado rápido. Nos merecemos ratos de descanso, de alegría y de disfrutar. El buen amor comienza por nosotros.

¿+ o -?

Se que a muchas personas les sirve la práctica del pensamiento positivo. Pero algunos lo llevan a un extremo tal que coquetea con la negación.

Las personas “fuertes” no son las que sólo tienen pensamientos positivos y que se convencen que “todo” va a salir bien. La vida no es así, las cosas a veces no salen como queremos.

Una persona “positiva” aprendió a reconocer sus pensamientos y emociones “negativas” (permítanme relativizar los términos), mirarlas cara a cara y resolver qué hacer con ellos.

La tristeza y sus compañeros tienen funciones claves en nuestra vida. Nos ayudan a interrogarnos, a “darnos cuenta”, sirven para la reflexión y para resolver qué hacer con eso.

Después de todo se trata de pasarla lo mejor posible todo lo que se puede y sin drama innecesario. Pero cuando la tristeza tiene una razón, hay que hacerle un lugar. Vivirla nos dejará no sólo la enseñanza sino también la posibilidad de valorar los momentos de alegría.

Creer en tomar el control y entrenarnos a ser personas «positivas» le saca mucho al «personas» y le asigna un valor holliwoodense a lo «positivo». Si la evolución nos permitió ocupar la cúspide de la pirámide zoológica, no es para que nos entrenemos para una competencia de agility humano, sino para que usemos el cerebro y desarrollemos nuestra creatividad en función de nuestra libertad. En especial, la libertad para romper con todos esos conceptos cliché que pretenden engatuzarnos y hacernos creer que si no respondemos a los modelos y a los mandatos no somos todo lo «buenos» que deberíamos.

Seamos libres para, también, dejarnos estar tristes, felices, enojados, ansiosos, malhumorados, esperanzados, enamorados, de duelo, o como sea que queramos estar. Rompamos un poco o mucho con la película y banquémonos la insoportable levedad de ser.

A propósito del post «Freeeeeeedommmmmm»

Me dejaron este comentario: «No es facil decir SOY LIBRE». Les comparto mi respuesta:

No importa si podés o no podés decir «soy libre». Lo sos.
No importa si te sentís o no te sentís libre. Lo sos.
No importa si los demás se dan cuenta que sos libre. Lo sos.
El tema es que hagas lo que hagas, igual seguís siendo libre. No hay nada que pueda aprisionar tu esencia, tu espíritu.
Los límites los ponemos nosotros.
Las personas somos nosotras y nuestras circunstancias, si, pero las circunstancias son modificables. No pueden ser más fuerte que nosotros.
Elegimos, siempre elegimos, siempre decidimos. Ya sea dejándonos llevar, ya sea flotando como corchos, ya sea haciendo. Pero siempre somos nosotros los que estamos tomando una determinada posición.
Y puede parecernos que somos «víctimas» de las circunstancias, pero no, no es cierto. Aceptamos el papel porque es preferible eso. Ahí está nuestro poder de decisión.
Lo importante es ser consciente de que siempre vivimos ejerciendo esa libertad. Porque al ser conscientes, nos hacemos RESPONSABLES. Y al hacernos responsables, dejamos de quejarnos del destino, de la vida, de los hijos, de la pareja, del gobierno, de etc, etc, etc.
No importa si podés decir o no decir «soy libre». SOS LIBRE.

Son nuestras elecciones y nuestras decisiones las que nos definen…

Nuestra capacidad para hacer cosas, nuestra capacidad intelectual, nuestros títulos… nada de esto nos transforma en mejores personas. Nuestros sentimientos y nuestras acciones, si. No somos nada especial por haber nacido con determinados talentos, no somos «mas» ni «menos» que nadie. Es como si alguien se vanagloriara por ser «lindo», algo que debe a su genética. Son nuestra ELECCIONES, nuestras DECISIONES lo que nos define. Lo demás a veces nos ayuda, y otras veces no nos sirve de nada.

 

 

Imágen: Planetarias criaturas

 

Final abierto

La vida siempre tiene un final abierto. Por suerte, no tenemos certeza ni siquiera de lo que puede pasar en un rato. Planificamos, organizamos, agendamos… Y nada, un cuarto de giro en el camino y todo el recorrido cambia.

Y pedimos señales. A Dios, a Alá, a Jehová, a Budha, al Universo, a nosotros mismos, a quien sea. Y las señales llegan, porque siempre llegan. Pero la mayoría de las veces no nos gustan. Y miramos para otro lado. Y cuando toda la vida se empeña en hablarnos, mostrarnos, decirnos… nada, cerramos los ojos, nos tapamos los oídos, nos ponemos guantes y nos apretamos la nariz bien fuerte…

Por eso, porque la vida siempre tiene un final abierto, porque el destino no está escrito, porque construimos nuestra realidad a partir de nuestras elecciones, somos los únicos responsables de lo que nos pasa. No podemos culpar a nadie. Ni siquiera a nosotros mismos… Porque no se trata de culpas, sino de responsabilidades. De hacerse cargo, de no mentirse, de no engañarse. Yo NO tengo la culpa de lo que me pasa: yo SOY RESPONSABLE de lo que me pasa… Y seguramente también soy responsable de lo que le pasa a quienes están a mi alrededor.

Y no me refiero a los sufrimientos. Cada uno elige sufrir o no, el sufrimiento definitivamente es una opción personal y no algo que otra persona nos genera.

Me refiero a los efectos de nuestras acciones o inacciones sobre las personas que nos rodean y que tienen una consecuencia directa en sus vidas: el efecto de mentir, de ocultar, de abandonar, de descuidar y también el efecto de cuidar, de querer, de amar, de proteger.

Cada uno tiene la vida que se construye. Cada uno elige. Cada uno -si, Sigmund, una vez más te doy la razón- tiene uno o más beneficios secundarios de sus padecimientos y de sus quejas. Por eso no los abandonan. Por eso disfrutan padeciendo.

Que cada uno se quede con su vida, entonces, y elija vivirla o morirla como más le guste.