Juan, Cami y Candy:
Cuando era chica, la Noche de Reyes era la más esperada. Era una noche mágica, donde la imaginación volaba y todo parecía posible.
Las que más recuerdo son las que pasaba en la casa de mi abuela: ir a buscar pasto al parque, poner el agua, los zapatos… el hormigueo en la panza y no poder dormirme rápido… esperar a ver si veía o escuchaba algo… la ilusión…
La mañana siguiente me despertaba y corría a ver los zapatos, el pasto revuelto, lo que quedaba del agua… No había dudas, ni cuestionamientos, ni razón: “Ellos” habían pasado por ahí, sus camellos habían comido y tomado y me habían dejado mi regalo… Si tenía suerte, lo que había pedido, o algo de la lista. Pero siempre había un regalo esperando ser abierto.
El mejor regalo que me dejaron fue la magia.
Con los años esa magia se va perdiendo y uno cree olvidar a ese niño/niña que fue… Pero sigue viviendo dentro nuestro, siempre. Cuando somos padres, en la alegría de poder mantener la ilusión, en la felicidad de ver las caras de ustedes la mañana siguiente, encontramos nuestro propio regalo.
Cuanto menos se tiene, más se aprecia.
Después de muchos años de haberme olvidado de muchos aspectos de esa nena que fui, esperando esa noche mágica, hace poco la volví a reencontrar. Y me di cuenta que nunca se había ido. Por suerte, sigue viva, intacta y creyendo en la magia.
Hoy me preguntaba que les podía traer los Reyes a ustedes, mis hijos, ahora que son “grandes”.
¿Más cosas materiales? No creo que nada material les haga falta. Ni una remera más, ni una mochila más, ni nada de esas cosas que se usan, se gastan y se olvidan…
Entonces pensé que quizás sería bueno que los Reyes les traiga a cada uno algo que realmente necesiten para crecer y ser cada día mejores personas.
Pensé en lo mucho que tienen y en qué clase de persona es cada uno de ustedes. Y entonces les pedí a los Reyes algo especial:
- Valentía: para elegir quién ser en la vida, para decir lo que piensan, para decir lo que sienten, para no dejarse usar, para optar y decidir, para jugarse por las creencias, para ceder cuando haya que ceder y para ser firmes cuando haya que ser firmes, para amar, para crecer, para volar.
- Respeto: para valorar a los demás, para entender los sentimientos de los demás y no avasallarlos, para dejar de pensar que lo único importante en el mundo es uno mismo, para no lastimar, para entender lo que significa tener un padre, una madre, una casa, un lugar donde estudiar, comida, mucha gente que nos quiere y que sufre por cada una de las cosas que hacemos y que nos lastiman. Respeto por el trabajo ajeno, por los sentimientos ajenos, por las decisiones ajenas. Respeto por sí mismos, por el propio cuerpo, por la salud, por lo que significa ser una persona digna.
- Humildad: para descubrir los propios defectos, para perdonar los defectos ajenos. Para no esperar sólo las cosas materiales, para entender que no es lo mismo “valor” que “precio”, para apreciar el amor y el compañerismo de quienes nos aman, y para tolerar el desamor, la indiferencia o la hipocresía sin juzgar y sin guardar sentimientos negativos.
Cada uno sabrá cuál es el don que más necesita.
Y a los Reyes nuevamente les pido que les traiga a cada uno toneladas de amor, lo único que convierte una vida vacía en una vida plena.
Ojalá no estén decepcionados por no haber recibido un regalo material. Ojalá alguno de ustedes guarde esta carta, porque algún día van a apreciarla mejor que ahora. Ojalá también ustedes puedan pedirle a los Reyes que les traigan a sus hijos dones y no sólo regalos materiales.
A esa niña que sigue viviendo en mi, los Reyes nunca le fallaron. Espero que hoy también “Ellos” lean mi carta, pero esta vez, para ustedes.
Los amo,
mamá.
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