Freud, siendo ya el padre del Psicoanálisis y un hombre grande en muchos aspectos, tuvo, en sus últimos años, un espacio en su vida también para los perros. Si bien algunos mal pensados dicen que el primer perro que Freud llevó a su hogar (Wolf, un ovejero alemán que regaló a su hija Anna) tenía el secreto propósito de fastidiar a su esposa quien no soportaba a los perros (¿cómo no sospechaste de ella, Sigmund?), Herr Professor encontró en su perra Jofie una aliada a la hora de entenderse con algunos pacientes.
Jofie era una perra de raza Chow Chow. Adquirió algunos hábitos muy particulares de los permisos que le otorgaba Freud para participar en algunas sesiones. Jofie leía tan bien a Freud que incluso se adelantaba al final de la sesión, levantándose instantes antes del momento justo en el cual el doctor iba a dar por concluido el encuentro. Cuando un paciente no le caía bien, gruñía y se ponía debajo del sillón, lo que siempre despertaba las sospechas de Freud quien terminaba diciendo, con el tiempo, que la perra no se había equivocado en su diagnóstico.
En algunos casos, Freud le reconoció rango de coterapeuta a Jofie y llegó a decir que los perros eran como las personas, pero mejores. Anna, su hija, al recordar el afecto de su padre por los perros que tuvo, sostenía que Freud dijo: «Los perros aman a sus amigos y muerden a sus enemigos, a diferencia de los seres humanos, que son incapaces de sentir amor puro y siempre se ven obligados a mezclar el amor y el odio en sus relaciones de objeto».
Una de las mayores virtudes que reconocía Freud en la relación entre un humano y un perro, es esa característica propia del perro de brindar a su humano un amor sin ambigüedades. La muerte de Jofie le generó al doctor un duelo genuino, que lo llevó a reconocer que una relación de siete años con su perra habían dejado en él «una huella innegable». Quienes tenemos perros y mascotas en general, y los terapeutas, compartimos ese conocimiento sensible sobre el dolor genuino y el vacío que la partida de un compañero incondicional deja en nuestras vidas y en la vida de nuestros pacientes.
La ciencia en los últimos años nos ha dado la posibilidad de estudiar el cerebro humano. Todo lo que ocurre en el cerebro, se puede expresar en términos químicos, en intercambio de neurotransmisores (química), en actividad eléctrica (química), etc, y esa actividad que enciende y apaga ciertas zonas, se puede examinar con diversos escáneres, como los tomógrafos y los resonadores. Pero a algunos científicos también han decidido investigar el cerebro de nuestros mejores amigos, no en momentos de anestesia sino en plena actividad, siendo necesario para ello entrenar a los cuadrúpedos chumbadores a quedarse inmóviles mientras duran los estudios.
Algunas de las conclusiones son interesantes. Los estudios realizados en diversas universidades revelaron «semejanzas importantes entre la forma en que los cerebros de los perros y los humanos procesan sonidos vocálicos emocionalmente cargados. Los investigadores descubrieron que, en particular, los sonidos felices encienden la corteza auditiva en ambas especies. Este denominador común habla del sistema de comunicación especialmente fuerte que subyace entre el lazo perro-humano. En resumen: Los perros no solo parecen captar nuestros sutiles cambios de ánimo –sino que, de hecho, están físicamente capacitados para captarlos–».
“Es muy interesante el comprender el set de herramientas que ayuda a la comunicación vocal exitosa entre dos especies”, dijo a Mic Attila Andics, neurocientífico y autor principal de uno de los estudios. “No necesitábamos imágenes neuronales para ver que la comunicación funcionaba [entre perros y personas], pero sin ellas, no entendíamos por qué funcionaba. Ahora estamos comenzando a hacerlo“.
Hoy mi perra Catalina participó por primera vez de una sesión, y fue un pedido conjunto entre mi paciente y ella, con mi aprobación. Pude apreciar los efectos benéficos que implicó la interacción entre un humano que lidia con sus angustias, y el consuelo sincero y simple que da un perro. No cualquier perro puede participar en psicoterapia, sin dudas debe tener algunas características que lo hagan especial en varios sentidos, ya que estamos dentro de un dispositivo donde trabajamos con un encuadre, y debe ser un perro que pueda manejarse dentro de ese encuadre. Catalina es una perra especial en muchos sentidos, y supo dar lo que de ella se necesitaba. Esto es simple verlo en el día a día e incluso en el trabajo en zooterapia específica. Pero no es usual verlo en una consulta individual, clínica, con una visión psicoanalítica. A veces hay que permitirse algunas excepciones. Y hoy creo que mi perra hizo, sin ningún esfuerzo, un buen trabajo.
Fuentes: Escáneres cerebrales en perros – enlace
Sigmund Freud y los Chow Chow – enlace