Comunicación: qué, cómo, cuándo, dónde, por qué y quién – 1 parte

Mucho se habla y se debate sobre la importancia de la comunicación. Escuchamos en diversos ámbitos, incluso en el deportivo y concretamente también en los equipos de rugby, que “falta comunicación” en el equipo, que hay “problemas de comunicación”, etc. Se dan por sabidos muchos conceptos, pero vale la pena repasar un poco la teoría.

La comunicación es un proceso donde intervienen varios elementos y también es un resultado: cuando el proceso se produjo satisfactoriamente decimos que hubo comunicación. Como  proceso  se inicia en el “emisor” , alguien que tiene  una idea que quiere transmitir a otra persona. El receptor no es cualquiera, el receptor que nos interesa a los efectos de la comunicación es la persona a quien va dirigido este proceso. También podemos pensar que la comunicación puede ser directa o indirecta en la medida que el mensaje sea transmitido sin o con mediaciones a quien debe recibirlo.

Digamos, entonces, que en el emisor se forma una idea, una idea destinada a que alguien la conozca. Esa idea se forma en imágenes: imágenes visuales, sonoras, táctiles, olfativas, etc. , y para poder ser compartidas con otros es necesario traducirla utilizando un código común a emisor y receptor. Yo puedo tener una imagen muy clara de una mesa en mi mente, pero para poder compartir con otra persona esa imagen, necesito utilizar un código que posibilite que la otra parte, el receptor, pueda, una vez que recibe el mensaje, transformarlo a su vez en una imagen mental.

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Flow y Purple Patch

El “flow” es un estado en el que la persona se encuentra completamente absorta en una actividad para su propio placer y disfrute, durante la cual el tiempo vuela y las acciones, pensamientos y movimientos se suceden unas a otras sin pausa (Csikszentmihalyi). La totalidad del ser está involucrada: lo físico y lo mental; las habilidades son llevadas al extremo, el tiempo se deforma y se pierde su verdadera dimensión, las percepciones también se distorcionan… Una persona está en flow cuando la actividad que está realizando, sea un deporte, un momento de creación artística o disfrutando una película, lo absorbe por completo y siente un estado de liviandad y disfrute dificil de describir.

Algunos autores (Scanlan, Stein y Ravizza, 1989, p. 79) adjudican a esta experiencia la característica de realizarse “sin esfuerzo, frecuentemente perfectas” y que producen “una experiencia intensa y memorable de una naturaleza aparentemente sensorial”. Se trata, sin dudas, de uno de los fenómenos más interesantes en la Psicología del Deporte, que al ser relatadas por los deportistas, incluyen descripciones sobre fuertes cambios en la conciencia y percepción de sí mismos, y de los aspectos del medio ambiente, llenos de un estado emocional positivo, agradable, satisfactorio, con una concentración y control total sobre lo que están haciendo y sientiéndose completamente identificados y unificados con sus acciones, obteniendo generalmente un rendimiento óptimo.

Los primeros reportes de este fenómeno lo han asociado con el rendimiento automático (Griffith, 1924), o sea, la capacidad que tendrían algunos deportistas de reaccionar efectivamente a los estímulos sin una asistencia de la conciencia. Esto se debió a que en muchos casos de actuaciones brillantes, los atletas no lograban recordar cómo habían llevado a cabo sus ejecuciones. Casi 40 años después encontramos dos constructos fuertemente relacionados con el actual concepto de flow: la experiencia cumbre (Maslow, 1973) entendida como un momento intenso y extremadamente apreciado, y el rendimiento cumbre (Privette, 1983) definido como un episodio de funcionamiento superior. Fue posteriormente que Csikszentmihalyi sumó el flow a estas descripciones de experiencias humanas intensamente positivas.

Es interesante observar cómo los atletas de distintos deportes describen este estado. Así tenemos una serie de expresiones enumeradas por Unesthal (1995) en el habla inglesa: “hot night” (noche caliente) utilizada entre los basquetbolistas, “ski out of their heads” (esquiar fuera de su cabeza), “runner’s high” los corredores, “go into the tunnel” (ir dentro del tunel) en el caso de los tenistas (López Torres, 2006).

En rugby se utiliza la expresión “purple patch” (mancha morada). Lo llamativo es que la frase describe la actuación total del equipo, generalmente un período del partido, un momento, donde al equipo en cuestión todo le sale bien. Ejemplos de expresiones: “all this happened in a purple patch of half an hour, but then almost inevitably Sawston relaxed…” (todo esto sucedió en una “mancha morada” de media hora, pero después inevitablemente Sawston se relajó…); “Wigan enjoyed a purple patch with three tries in an inspired 10-minute spell…” (Wigan disfrutó una “mancha morada” con tres tries en diez hechizantes e inspirados minutos); “Then Mountauban hit their purple patch” (Luego Mountauban alcanzó su “mancha morada”). Ocasionalmente también se utiliza para una actuación individual.

Esta expresión es tan conocida en el rugby inglés que ha inspirado, incluso, el diseño de la nueva camiseta de la Rosa. La empresa Nike, en lugar de decidirse por el rojo, color tradicional del equipo inglés, optó por el morado, promocionando incluso la nueva indumentaria como la “England Rugby’s purple patch”. Incluso el capitan del equipo, Steve Borthwick señaló hace unos días: “No tengo dudas que los jugadores estarán más motivados que nunca cuando salgan a la cancha usando estos colores”.

Volviendo a las expresiones utilizadas para designar la experiencia de flow en general, una de las más repetidas en los últimos años es “in the zone”, o sea, “estar en la zona”, expresión también relacionada con la IZOF (Individual Zone of Optimal Functioning, zona individual de óptimo funcionamiento) de Yuri Hanin (2000). Algunas de las comparaciones que han alcanzado al flow han sido las experiencias místicas, religiosas, hipnóticas, los estados zen y hasta con los estados alterados producidos por drogas psicotrópicas.

La experiencia de flow se asocia con el rendimiento óptimo. Si bien no hay muchas investigaciones aún, los autores en general se inclinan a intentar una articulación con conceptos como la fortaleza mental, por lo cual es evidente que el centro de la cuestión se enfoca a cómo manejan estos deportistas su concentración, el compromiso que tienen con su práctica, su autoconfianza, el control para manejar su propio estado mental y las presiones internas y externas y, sobre todo, el nivel de conocimiento de sí mismo que poseen. Y, obviamente, no podrán quedar fuera de los estudios las correlaciones con la motivación intrínseca del deportista, la percepción de competencia, la orientación a la meta o al resultado, el clima anímico que lo rodea, la comunicación entre los integrantes del equipo, su historia personal, etc.

Pero… si bien la experiencia de flow se asocia con el rendimiento óptimo en el deporte, Csikszentmihalyi lo vincula con las vivencias positivas en general, con experiencias como la creatividad, la satisfacción y, sobre todo, la capacidad de implicarse totalmente con la vida. El flow no es una exclusividad de los deportistas. Este autor describe el flow como “el estado en el cual las personas se hallan tan involucradas en la actividad que nada más parece importarles… la experiencia, por si misma, es tan placentera que las personas la realizarán incluso aunque tenga un gran coste, por el puro motivo de hacerlas (2003, p. 16). También sostiene que son momentos excepcionales, donde no hay conflicto ni contradicciones con lo que sentimos, lo que deseamos, lo que pensamos y lo que hacemos, todo al unísono, todo en la misma dirección. Agrego yo que el miedo no tiene lugar alguno en esta experiencia, ni el enojo, ni el pesimismo ni la ansiedad, y evidentemente, tampoco estarán presentes ninguna de las manifestaciones físicas que estas emociones provocan, en el deportista o en cualquier ser humano, simplemente por ser incompatibles. Podríamos pensar que cuanta mayor conexión tenga una persona con su propio interior y mejor conocimiento tenga de sus propias emociones y sentimientos, mayores posibilidades tendrá de trabajar cada uno de los aspectos que le impiden vivir, en algún momento, una experiencia de este tipo, tan directamente relacionada con la capacidad de disfrutar lo que se hace, tan íntimamente unida a la potencialidad de dejarse llevar.

Siempre siguiendo a Csikszentmihalyi, vamos a enumerar las nueve dimensiones que caracterizan al estado de flow:

  1. El equilibrio entre “reto” o desafío y la propia habilidad

  2. La fusión entre acción y atención

  3. Las metas claras

  4. Un feedback claro y sin ambigüedades

  5. La concentración en la tarea que se está ejecutando

  6. El sentido de control sobre lo que se está haciendo

  7. La pérdida de autoconciencia

  8. La transformación del tiempo

  9. La experiencia autotélica, o sea, intrínsecamente recompensante


Otros autores (Privette, 1983) comparten algunos y agregan otros componentes: 

  1. Diversión

  2. Alto nivel de goce o disfrute

  3. Alto nivel de comportamiento

  4. Fusión con el mundo (sensación de ser uno con el entorno)

  5. Sociabilidad o afabilidad (lo opuesto de la sensación de enojo)

  6. Pérdida del ego

  7. Motivación intrínseca

  8. Actividad planeada y estructurada

  9. Experiencia autotélica

  10. Sentido lúdico (la sensación de estar jugando y no compitiendo)

  11. Pérdida de la percepción de tiempo y espacio

Así, podríamos seguir agregando descripciones. Pero, en definitiva, podemos concluir diciendo que si tratamos de encontrar un hilo conductor entre todos estos componentes, parecería que el concepto de “libertad” es un unificador y posibilitador de las variadas sensaciones vinculadas al flow y que desembocaría en la posibilidad de disfrutar el momento. Quien tenga la técnica, pero no la capacidad de disfrutar, dificilmente se acercará a la experiencia de flow; quien tenga la capacidad de disfrutar podrá llevar un rendimiento medio a uno mejor. En suma, la posibilidad de disfrutar y la posibilidad de rendir van de la mano para generar estos estados tan especiales. No perdamos de vista que esto va más allá de la actividad deportiva; este estado puede alcanzarse también en la actividad creativa o incluso en lo cotidiano, en diversas magnitudes.

Por último me parece interesante señalar que Privette (1983) observó que hay actividades que favorecerían o inducirían sensaciones similares al flow, como ser: la apreciación de la naturaleza, del arte, la música, el amor sexual, la religión, la actividad física en general, el trabajo creativo, el nacimiento de un bebé, el conocimiento científico, la introspección, etc.

En la práctica de deportes hiperexigentes como el rugby, podemos dejar planteadas dos hipótesis: 1) el estado de alerta generado por la elevada exposición y riesgo físico desencadenaría o favorecería una elevada concentración, necesaria para afrontar el riesgo, lo que puede llevar a una elevación del rendimiento general. Esto sería un estado propiciador de la aparición del flow o “purple patch”, y 2) para que aparezca un estado como el de flow en un equipo, debe existir un determinado nivel de comunicación y conocimiento entre sus integrantes.

Ojalá algún día quienes nos dedicamos a la Psicología del Deporte podamos llevar adelante investigaciones que nos permitan profundizar en estos conocimientos y generar nuevas herramientas y técnicas para colaborar con nuestros atletas para mejorar su rendimiento y su calidad de vida como personas. 

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

El rugby y la adversidad: algo más que tener lomo y técnica – 2 parte

En la primera parte de este artículo decíamos que para jugar al rugby hubo, en algún momento y aunque no se recuerde, una decisión que tuvo que ver con enfrentar la adversidad, en función de las condiciones físicas extremas que propone la práctica de este deporte. Y que esto genera en el jugador un aprendizaje que tiene que ver con sobreponerse a todo aquello que se opone a sus deseos y a sus sueños. Una vez internalizado este aprendizaje seguramente ayudará a quien practica este deporte a que enfrente la vida de otra forma.

Todo lo externo influye en la vida del deportista, pero también la práctica del deporte va interactuando y conformando su personalidad. Es un feedback constante. Por eso el deporte también es una herramienta educativa y de transmisión de valores. Lo que se aprende en el deporte y se incorpora con coherencia a la personalidad, en sintonía con la esencia propia, puede ser llevado en forma natural al resto de los aspectos de la vida.

Volviendo al rugby, no toda  la lucha contra la adversidad la encontrarán los jugadores dentro de la cancha. Conté el caso de un jugador que me dijo: “hago todo, me entreno más que nadie, mejoro día a día, hago realmente todo lo que puedo, pero pusieron a fulano, porque es hijo de un directivo”.

Visto así parecería que se trata solo de un hecho “externo” que se opone a los deseos del jugador. En este caso, se trataba de un jugador que estaba peleando por su llegada a la primera de su club. Y de una situación que no es algo aislado, ni siquiera algo especial, sino que sucede todo el tiempo, en todas partes. No vamos aquí a realizar un juicio de valor sobre este tema, sino que vamos a pensar el hecho desde lo que nos toca hacer como psicólogos deportivos.

Desde lo motivacional parece un acontecimiento absolutamente desalentador. Pero desde nuestra función tenemos que tomar cada hecho tratando de que nos sirva como una herramienta para mejorar en algo el rendimiento del deportista, aunque se presente como una situación absolutamente adversa o incluso disvaliosa o injusta. Y, como siempre, una herramienta que le ayude a mejorar como persona dentro y fuera de la cancha. La pregunta sería: “¿qué puede aprender de esto?

Si aprendemos a ver las cosas evitando, al menos por un rato, hacer un juicio de valor (o sea, decir “esto es bueno, esto es malo”) podemos utilizar la mayoría de las cosas que nos sucede para tratar de salir más fortalecidos cuando transitamos momentos adversos. En la observación de cómo se transitan estos momentos podremos detectar las capacidades internas y las posibilidades de un jugador. Mientras algunos tomen un hecho como el que me contaba este jugador como una situación injusta y se retraiga, otro verá la “injusticia” como un desafío que lo movilice a mejorar y llevar su capacidad al ciento por ciento, con el objetivo de ganar el puesto que cree merecer. Mientras uno se desalienta, otro puede elegir evaluar si ya dio el ciento por ciento o si dejó un resto que pueda ahora hacer jugar para mejorar aún más y lograr sus objetivos.

Nosotros podemos acompañar y ayudar al jugador en este proceso, tratando que saque toda su fortaleza interior. Pero tengamos presente que algunas veces será posible y otras no. Al igual que en cualquier otro aspecto de la vida, hay personas con mayor fortaleza mental que otras.

Hay jugadores que dando poco son buenos; hay jugadores que aunque den todo no lo son, pero que aún así sus entrenadores los quieren en el equipo; hay jugadores que no sólo dan todo sino que tienen un plus extra que sacan a relucir en el momento adecuado y los hace sobresalir del resto. Hay jugadores que con un estímulo adecuado pueden sacar de sí lo mejor.

A veces los jugadores vienen con la frase “yo me lo merezco”. Cuando de merecimientos se trata, la palabra del entrenador hará la diferencia. Será su estilo el que evalúe quien “merece” o no un puesto, más allá de las influencias externas a las que pueda tener que responder. Algunos entrenadores preferirán al jugador cumplidor, que no falta a ningún entrenamiento, que se cuida y que deja todo en la cancha, aunque no sea técnicamente el mejor. Otros preferirán a aquellos que tengan las mejores condiciones técnicas y físicas. Otros preferirán armar un equipo equilibrado, otros un equipo de amigos, otros armarán su equipo como puedan, y en suma, cada entrenador irá definiendo su estilo y evaluando que le da mejor resultado.

Este juicio de valor que realiza el entrenador puede ser estimulante para algunos y devastador para otros. Incluso el puesto para el cual son elegidos difiere a veces del ideal que trae el jugador sobre sí mismo, sobre sus capacidades y sobre el lugar que debería, a su criterio, ocupar en la cancha. La decisión del entrenador es una decisión que proviene de la autoridad, autoridad que debe respetarse… Y como la autoridad del entrenador mueve resortes internos, la historia personal  del jugador será la que mayor influencia tendrá a la hora de ver cómo enfrenta esta situación: algunos la aceptarán con resignación, otros se revelarán e intentarán demostrar su valía, otros confrontarán, etc.

A su vez, el estilo personal del entrenador facilitará la resolución del conflicto o lo acentuará. Uno de los objetivos que debería plantearse un entrenador, respecto a la motivación, es no fisurar la que ya exista en sus jugadores y, de ahí en más, ver como incrementarla y llevarla a niveles óptimos, sin sobrepasar la barrera que la transforme en una presión negativa.

Respecto a la evaluación que hace de sí mismo un jugador, tendremos jugadores que se sobrevalúen y crean que se merecen un lugar al cual aún no pueden acceder o con relación al cual no tienen todas las cualidades que creen poseer, tendremos jugadores equilibrados y tendremos jugadores que se sub-valúen y requieran un plus adicional para sacar lo mejor de si, entre otras muchas posibilidades y situaciones. También puede haber jugadores apáticos. Con cada uno el trabajo es distinto, y sin dudas apuntará a que el jugador pueda realizar una evaluación de sí  mismo lo más coincidente con su situación y a afianzar su seguridad y tenacidad, para que siga luchando

Podemos pensar, entonces, que la adversidad, aún en el caso que provenga del exterior, siempre se medirá en función de la capacidad interna que cada jugador tenga para mantenerse luchando y no rendirse, dentro y fuera de la cancha. En suma, para no someterse a aquello que se opone a sus deseos. Esto también es aplicable a los equipos. Una de las formas de evaluar psicológicamente a un equipo es observando su nivel de sometimiento a las situaciones de juego que le impone el rival. Sobre esto hablaremos otro día.

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

El rugby y la adversidad: algo más que tener lomo y técnica – 1 parte

Muchas veces decimos que el rugby es un deporte formador; formador de carácter, contenedor, generador de fortaleza y una herramienta de gran calidad para enseñar el concepto de responsabilidad. El apego a las reglas, la responsabilidad y la seguridad en las acciones son características que se buscan y se fomentan para la práctica de este deporte.

Una de las principales cosa que enseña el rugby es a luchar contra la adversidad. Entrar a una cancha de juego es saber que se entra a luchar por la posesión de la pelota, que te van a tacklear, que te vas a levantar y vas a seguir adelante, siempre con la línea del ingoal como meta. Para eso hace falta no sólo entrenamiento físico y técnica, sino pasión, fuerza anímica, garra, resistencia individual y colectiva, solidaridad, sacrificio y un fuerte vínculo con el resto del equipo y con la camiseta que representa, como símbolo, algo superior para lo cual se está jugando.

La adversidad es todo aquello que se opone a nuestros deseos. En esta primera parte vamos a pensar en la adversidad “material”, puntualmente en todo lo relacionado con la intensidad del juego que se mantiene a lo largo de todo el partido y de todos los partidos de un campeonato.

Para poder entrar en una cancha el jugador tiene que entrenar, desarrollar un estado físico particular y propicio para resistir un partido; el rugby es un juego donde las condiciones son adversas desde el inicio, donde se confronta con otro equipo que seguramente hará todo lo posible para ganar. Ir sin la mejor preparación a disputar un partido va más allá del resultado ya que también puede significar salir de la cancha lesionado. En este deporte como en ningún otro hay una permanente invasión del espacio propio, hay un contacto físico ineludible y hasta indispensable, que el jugador debe estar dispuesto a aceptar. Hay choque, lucha, saltos, pases; hay tackles, empujones, presión, levantamiento de otros jugadores, carreras que implican cambios de pie, cambios de ritmo, cambios de dirección, trotes, desplazamientos explosivos, patadas a la pelota… el rugby necesita jugadores con capacidad de adaptación y con buenos niveles de tolerancia a la frustración y a la intensidad que adquiere el desarrollo del juego. Esto va más allá de la resistencia física.

Hay algo que distingue a un jugador de rugby: toda esta adversidad, en lugar de disuadirlo, lo motiva. Donde hay adversidad, el jugador de rugby ve un DESAFIO.

Algunos sostienen que terminar de jugar un partido es en sí mismo un logro de dimensiones mayúsculas. Al final del encuentro el cuerpo del jugador está molesto e incluso dolorido. A medida que pasen las horas irán emergiendo los signos de la batalla en la propia piel. Algunos pensamos que ya entrar a la cancha a jugar es un logro en sí mismo, porque tuvo que existir previamente un movimiento interno, percibido o no por el propio jugador, tendiende a desestimar el miedo que implica entrar en lucha directa, cuerpo a cuerpo, con el adversario. No hay que subestimar esto. 

Pese a los dolores, el jugador vuelve a los entrenamientos para enfrentar el próximo partido. Precisamente, este deporte va desarrollando un incremento en los niveles de tolerancia a las molestias y a los dolores, los jugadores se van acostumbrando a ellas de una forma distinta a como es vivida en cualquier otro deporte. Esto no implica sólo lo físico; acostumbrarse a sobreponerse a estas situaciones que se sienten en el propio cuerpo y en el equipo, va formando el carácter y así se consolida, con el tiempo, uno de los aspectos de la resistencia a la adversidad.

El jugador de rugby, frente a la adversidad, siente el aguijón del desafío. Aprende a dar el máximo de sí mismo para conseguir lo que quiere. Aprende a sobreponerse a la exigencia física del juego, aprende a luchar con sus compañeros al lado hasta el límite de su fuerza, pero sabiendo que tiene a sus compañeros y que, fundamentalmente, sus compañeros lo tienen a él. Tiene que llegar a lo más hondo de sí mismo para enfrentar al adversario, incluso con dolor, hasta el minuto 80, a un ritmo vertiginoso. 

Hay un antes y un después a la decisión de jugar al rugby, una visagra. Aún aquellos que no lo recuerdan porque eran muy chicos, en algún momento optaron, eligieron. El que no entiende la psicología del rugby, no sólo su filosofía y su cultura, no comprende cómo un jugador, de la edad que sea, amateur o profesional, entra a la cancha y pone absolutamente todo en el momento que juega, como si se tratara de llevarse por delante cualquier cosa que se interponga entre su equipo y la línea del ingoal. Mucho menos entiende cómo hace para disfrutarlo.

Esa decisión hará la diferencia, ya que además de las destrezas individuales, la preparación física, entender el juego y entrenar, el jugador tendrá que aprender a tomar decisiones, dentro y fuera de la cancha, y la mayoría va a tener un trasfondo común: hacer lo que mejor lo prepare para afrontar el partido y apoyar a sus compañeros. Es algo que tiene que ver con la disciplina y, más concretamente, la autodisplina.

Una de las formas de la adversidad, entonces, es la adversidad “material”, todo lo que implica el contacto cuerpo a cuerpo. Todo lo que un jugador tiene que hacer para enfrentar partido tras partido esa adversidad va a tener una traducción en su vida “mental”. Después de pasar por esta experiencia la vida se enfrenta de otra forma, aunque el jugador ni siquiera se de cuenta. Por eso el rugby también educa.

La adversidad también puede venir de cuestiones que no tienen que ver con lo “material”; aquello que se opone a la concreción de los sueños puede provenir del interior del propio jugador, aunque en primer momento parezca un hecho externo. Hace un tiempo un jugador me decía: “hago todo, me entreno más que nadie, mejoro día a día, pongo todo, pero pusieron a fulano, porque es hijo de un directivo”… Algunos se dan por vencidos, otros siguen para adelante. De esto vamos a hablar en la segunda parte de este artículo, donde tendremos en cuenta también el concepto de sometimiento.

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

 

Compromiso y responsabilidad: ¿por dónde comenzar?

Los otros días, luego de un partido de primera división, conversaba con un entrenador de menores sobre la tendencia generalizada de los chicos de buscar la responsabilidad sobre el resultado de un encuentro en los factores externos, como por ejemplo, la actuación del referee, los factores climáticos, los compañeros, el estado del campo de juego, las “trampas” de los contrarios, etc. Pero, convengamos, esto no es algo específico de los niños y los adolescentes sino, muy por el contrario, también se presenta en los juveniles y en los planteles superiores… en los adultos, en los veteranos, en los entrenadores… En suma, empezar a enfocar el tema de la responsabilidad y saber dónde tenemos que mirar y dónde tenemos que enseñar a mirar es un tema que requiere atención.

El entrenador tiene en sus manos la posibilidad de enseñar a sus jugadores a enfocarse o, por el contrario, puede resultar una influencia negativa a la hora de analizar la responsabilidad individual, del equipo y de si mismo.

Sin dudas, es una salida muy cómoda “culpar” a algún factor externo por un resultado disvalioso… pero esto es un arma de doble filo, dado que, ante un resultado positivo se corre el riesgo de adjudicar la victoria también a factores externos, y a veces incluso, mágicos, como la suerte, las cábalas, etc. Lo mejor es que, en primer lugar el entrenador y luego los deportistas, comprendan qué es la responsabilidad y hasta dónde llega la propia, la individual, y la del equipo.

La responsabilidad es un concepto jurídico. Tiene que ver con la capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente. Por sujeto activo de derecho tenemos que entender un sujeto mayor de edad o emancipado y capaz, en lo jurídico, pero deportivamente hablando, es necesario que el concepto de responsabilidad personal por la propia actividad deportiva sea transmitido, fomentado y revisado desde las primeras divisiones hasta las últimas, y esto debe incluir necesariamente a todos los miembros del equipo técnico. En este sentido el rugby, como deporte y medio transmisor de valores y formador de personas, debe realizar un distingo especial a la hora de hablar de responsabilidad.

Un entrenador puede encarar el tema de la responsabilidad desde diversos aspectos, y no necesariamente hablando directamente de la misma. Cuando se entrena un equipo y se habla de los objetivos, se puede hablar del compromiso de cada uno consigo mismo y con el equipo. Comprometerse es contraer una obligación, inclumplirla acarrea responsabilidad. Si somos parte de un equipo nos comprometemos, nos obligamos voluntariamente, a dar lo mejor de cada uno para lograr las metas que el equipo se haya propuesto. Si no cumplimos, el compromiso se rompió y, por lo tanto, hay que realizar una evaluación de responsabilidades. Cuando los objetivos se cumplen, también hay que realizar una evaluación tendiente a determinar si efectivamente cada uno cumplió con su parte. Esto ayuda a no perder de vista la participación de cada uno en el logro de los objetivos y el sentido de responsabilidad hacia el equipo. En un equipo de rugby cada uno sabe que el compañero está ahí para apoyar, por lo tanto, cada uno tiene que saberse responsable de estar ahí presente para apoyar al que lo necesita.

¿Cómo se puede hablar de responsabilidad individual a un jugador de rugby? De acuerdo a la edad será la forma de transmisión, pero no es necesario entrar en el terreno de lo jurídico, ni siquiera en extremas formalidades, para encarar el tema de las responsabilidades. La primer responsabilidad de un jugador, como la de cualquier deportista, es la sinceridad con sí mismo. Esta sinceridad le servirá para poder responder algunas preguntas:

  • ¿Estoy dando lo mejor de mi?

  • ¿Estoy poniendo mi mejor empeño y esfuerzo?

  • ¿Tengo una actitud positiva?

  • ¿Busco “culpas” afuera (en el referee que cobró mal, en mis padres, en los jugadores del otro equipo, en la lluvia, en el equipo, en el entrenador, etc)?

  • ¿Estoy cumpliendo con el entrenamiento?

  • ¿Estoy llevando una vida acorde a mis objetivos fuera del entrenamiento?


No hace falta que cada jugador le conteste a su entrenador estas preguntas. Es más, en la mayoría de los casos no lo haría (mientras que seguramente sí podría sincerarse con el/la psicólogo/psicóloga del equipo). Pero deben formularse para que el jugador reflexione y perciba, aún cuando no se mencione la palabra “responsabilidad”, que hay algo de sí que debe cumplir y que, si no lo está haciendo, hay consecuencias. Estas consecuencias pueden repercutir en el propio jugador (por ejemplo, ser excluido del equipo) o en el equipo (por ejemplo, una mala actuación producto del cansancio de una salida nocturna el día previo al partido que perjudica el juego general del equipo).

La sinceridad implica que, en primer lugar, sea capaz de hacerse estas preguntas y de responderse sin mentirse. El compromiso debe percibirse como lo que se hace para obtener un resultado personal y lo que se hace con relación al resto de los integrantes del equipo. Cuando no se cumple, y esto debe quedarle claro al jugador, no sólo se perjudica a si mismo sino que también perjudica a los compañeros, a esos que están dispuestos a dar todo en la cancha por el equipo.

El tema de la responsabilidad no es exclusiva de los jugadores. Un entrenador también puede haber equivocado la lectura del rival y el diseño de una estrategia para un partido. ¿Debe asumir su responsabilidad y reconocer su error? Creemos que lo acertado es, en el análisis posterior, evaluar su responsabilidad y admitir el error, si considera que lo hubo, dado que esto, lejos de desacreditarlo, generará el respeto por parte de sus jugadores. El camino contrario, la búsqueda de responsabilidad en los factores externos, no sólo genera falta de confianza en el entrenador sino que facilita la transmisión de un mensaje absolutamente contradictorio: alguien que exige a sus jugadores responsabilidad y que a la hora de asumirla mira para otro lado.

Como siempre, este tema da para mucho más. Pero, uno de los pilares de toda una construcción de fortaleza mental en los deportistas es la incorporación del concepto de responsabilidad, algo que no sólo servirá para la práctica deportiva sino para su vida en general. La pregunta que todo deportista y que toda persona en cualquier situación debe realizarse es: ¿estoy poniendo lo mejor de mi para hacer esto lo mejor que puedo? Se puede ganar o no, el resultado es un complemento, pero la tranquilidad se logrará cuando se sepa que, frente a un desafío, se hizo todo y lo mejor que se pudo para lograrlo, aun cuando no se haya concretado.

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

El retiro del deportista: cuando los sueños y los desafíos parecen terminarse

Uno de los momentos cruciales en la vida de un deportista es la hora del retiro. Si bien es un tema de actualidad, porque todos los días hay deportistas que culminan su carrera, no es uno de los tema sobre el que abunde la bibliografía, en especial la de habla hispana.

Mientras dura la competencia, el deportista entrena distintas habilidades, físicas, tácticas y emocionales. Pero rara vez se toma en cuenta la preparación para el momento del retiro, pese a que todos saben, o deberían saberlo, que es un momento que llegará indefectiblemente. Y como nadie sabe de antemano cómo reaccionará el deportista una vez retirado, si se presentarán problemas o no, algunos prefieren considerar que el tema debe abordarse desde la psicología clínica, y no desde lo estrictamente deportológico. No es esta nuestra postura; el momento del retiro forma parte de la vida del deportista, quien no dejará de serlo porque concluya su etapa competitiva.

Las causas que pueden llevar a un deportista a retirarse pueden ser varias, pero hoy vamos a tomar solamente el caso del deportista que siente que retirarse es el único camino que le queda, sea por su edad, por lesiones, por disminución de su rendimiento, etc. Vamos a dejar de lado aquí a quien toma la decisión de retirarse y lo vive como un alivio, como algo que, en definitiva, lo está gratificando.

Aunque desde siempre, en forma más o menos consciente, el deportista supo que ese día llegaría, lo más probable es que no esté lo suficientemente preparado (algunos piensan, también, que no hay preparación suficiente…). Hay quienes lo vivirán mejor, pero para algunos se trata de un momento de verdadera crisis y desolación, de sentirse vacíos, aturdidos, tristes, agresivos, amargados o deprimidos. ¿Por qué?

El momento del retiro es un duelo. Estar en duelo significa darse cuenta que hay algo que ya no va a estar más. No tiene que haber fallecido una persona para estar en duelo; los duelos se producen cuando alguien o algo que estaba o era, ya no está o ya no es. El duelo tiene que ver con lo irremediable, con lo que ya no vuelve, con no poder dar marcha atrás. Por eso, la forma en que la persona se sitúe frente a su retiro, en especial en el caso de la alta competencia, estará determinada mayoritariamente por la manera que ha encarado su carrera deportiva previa y con el espacio que esa vida deportiva ocupa en la identidad que ha construido esa persona.

Una persona cuya vida deportiva integra un “porcentaje” alto de su identidad seguramente entrará en un proceso de crisis en el momento de su retiro y tenderá a experimentar una variedad de dificultades de adaptación al proceso. Hay deportistas que comenzaron a practicar un deporte tan tempranamente que ni siquiera recuerdan cuando fue el momento exacto en que empezaron. Esto implica que su vida, que su propia identidad puede llegar a estar asimilada en un porcentaje muy elevado a la práctica de ese deporte, y en definitiva, a la conformación de su propia integridad. Por eso, no puede perderse de vista que es algo del propio ser lo que se deja atrás, que se termina, y es en este aspecto donde se presentan las dificultades, ya que se trata de hacer un duelo sobre una parte del “si mismo”… y en la mayoría de los casos esto no es ni fácil ni sencillo.

A su vez, en el caso que el reconocimiento social haya venido de la mano del deporte, entran a jugar el tema de la valoración personal y los éxitos, lo que ubica al deportista en situación de retiro como a un individuo despojado de algo que siente que jamás recuperará. Es aquí donde resulta indispensable entender el proceso de duelo, saber en qué etapa del mismo se encuentra, evaluar si hay elementos que indiquen alguna patología del mismo y facilitar la búsqueda de nuevas ocupaciones y el aprendizaje de nuevos roles diferentes al rol de deportista. Cuanto más fuerte sea la identidad deportiva del individuo, cuánto más destacado o reconocido sea e, incluso, cuánto mayor sea su calidad de líder, en caso de deportistas de equipos, es posible encontrar mayores dificultades en el proceso de retiro.

El momento del retiro no involucra sólo lo estrictamente deportivo. Hay aspectos sociales y emocionales “indirectos” que se derivan de esta situación pero que son fácilmente desatendidos. Una de las consecuencias inmediatas del retiro es el hecho de disponer de mayores cantidades de tiempo y de no contar con una estructura de soporte en la organización cotidiana. Cambia la rutina, cambia la alimentación, cambian las sensaciones corporales. Hay más tiempo para todo y menos organización, en cierto aspecto, es todo nuevo, pero esto, que puede verse externamente como algo positivo, puede ser un componente que influya negativamente en otros aspectos de la vida de un deportista retirado. Incluso el hecho de estar más tiempo en contacto con el ámbito familiar y social puede influir de diversas formas, dependiendo de cómo atraviese este momento la persona. Un sujeto entristecido, aunque tenga más tiempo en cantidad, tenderá a aprovechar menos su tiempo en calidad.

Si bien una de las posibilidades es observar reacciones de tipo depresivo, también pueden surgir reacciones más maníacas: sujetos que se embarcan impulsivamente en cuanto proyecto se les cruza, o que comienzan inmediatamente la práctica de otro deporte o que incrementan sustancialmente su vida social, en forma exagerada. Todas reacciones con las que se intenta aturdir, muchas veces inconscientemente, para paliar la situación que no se soporta y para mitigar la falta de desafíos que implica la actividad competitiva. Ambos extremos son posibles indicadores de que las cosas no marchan muy bien y que algún tipo de ayuda externa puede ser beneficiosa.

Para transitar un duelo no hay fórmulas mágicas ni recetas milagrosas: hay que vivirlo, y cierta dosis de introspección es necesaria y saludable. La buena noticia es que alguien que haya puesto su pasión, sus sueños y sus esfuerzos en la práctica de un deporte puede, sólo o con ayuda, atravesar el duelo del retiro y salir del mismo fortalecido. La mayor o menor bondad del proceso dependerá de la historia previa del deportista, de su entorno familiar y social y de los recursos psicológicos e intelectuales con que cuente en lo personal, por mencionar solo algunos de los factores a tener en cuenta. Lo importante es llegar al punto de reconocimiento crucial: el retiro es un verdadero proceso de duelo y algunos necesitan trabajarlo más que otros. La adaptación a la nueva vida se transitará mejor cuando se cuente con apoyo familiar y social, con alternativas ocupacionales y con una buena planificación previa al retiro.

Por todo esto y porque el momento del retiro llega indefectiblemente, es necesario formar no sólo buenos deportistas sino también personas con recursos psicológicos saludables e intelectuales adecuados para la vida después de la competencia. El hecho de tener estudios que permitan una reinserción laboral o la posibilidad de retomarlos, permite una proyección a futuro, dentro del mismo ámbito deportivo o fuera de él. Los más complicados pueden ser aquellos deportistas que abandonan todo por su deporte, desde los estudios hasta la vida social. Para prevenir es preciso que todos los actores implicados en la práctica deportiva tomen conciencia sobre la necesidad de pensar al deportista en forma integral:

como una persona con un pasado, un presente y también un futuro en la competencia y más allá de la misma;

como una persona que requiere no sólo entrenamiento físico y táctico, sino también contención psicológica y apoyo;

como una persona a la cual se le deben brindar diversas herramientas que permitan su crecimiento personal y social, además de su crecimiento deportivo, como pueden ser buenos programas de asesoramiento vocacional y ocupacional que faciliten su integración al mundo extra deportivo una vez finalizada su etapa competitiva.


Todo esto tal vez parezca muy alejado de nuestro rugby, pero incluso para un jugador amateur puede ser difícil colgar los botines y sentirse conmocionado cuando debe dejar su práctica. Por suerte, en nuestro país el rugby está sostenido por aspectos sociales que facilitan la contención, ya que el jugador que deja la competencia y es un apasionado, raramente se desvincula totalmente de su club y de todo lo que rodea el aspecto social de este deporte. Una de las formas de sublimar la falta de competencia es asumiendo el rol de entrenador y formador de nuevos jugadores.

Para los jugadores profesionales, para los que hayan dedicado SU VIDA a este deporte, el momento del retiro puede ser muy complejo. Pero los desafíos y los sueños no se terminan ahí aunque la persona se sienta vacía; sólo se trata de reconocer las dificultades que el retiro trae aparejadas, buscar ayuda si no se puede solo y ver como se planifica para seguir la vida adelante, recuperando la pasión y las motivaciones. No hay recetas mágicas. Bien trabajado, puede ser un momento de transición desde donde se evolucione y se salga fortalecido.

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

Seven a side y fortaleza mental

La modalidad “seven” en rugby requiere condiciones de juego distintas a la competencia con quince jugadores. Es una práctica de alta intensidad, con escaso tiempo de recuperación; hay una gran carga muscular; es fundamental la velocidad y la potencia de los jugadores; se juegan de tres a cuatro partidos por día; el descanso entre partidos va de una hora y media a tres horas; los partidos decisivos son al final del segundo día, etc, etc, etc.

Estas condiciones tan particulares hacen que los requerimientos físicos sean especiales para un jugador de seven. Por citar algunos ejemplos mencionaremos: la necesidad de una gran capacidad y potencia aeróbica y anaeróbica, de gran recuperación muscular, de mayor hidratación, de provisión de refrigeración corporal, de planificación nutricional previa al torneo y para ser aplicada durante el mismo.

Los entrenadores tienen en cuenta estos aspectos y diseñan mecanismos específicos para cubrir estos requerimientos. Además de trabajar con el preparador físico la condición muscular, aeróbica y anaeróbica de los jugadores en la etapa previa a un torneo, también prevén cómo llevarán a cabo la aclimatación de los jugadores si se realiza en otro clima y cuánto tiempo llevará la misma; organizan medios de recuperación entre partidos una vez que el torneo haya comenzado, como ser la aplicación de masajes musculares e hidroterapia para mejorar la recuperación muscular, la provisión de agua y carbohidratos para mejorar el rendimiento y la conservación de glucógeno; evalúan la conveniencia de utilizar masoterapia con hielo, inmersión de piernas en agua fría, duchas corporales frías o a temperatura ambiente, y coordinarán con el o la nutricionista del equipo técnico cómo será la ingesta de los jugadores inmediatamente después de cada partido y previo a otro y entre jornadas.

Las características del seven a side podría hacernos creer que sólo es una competencia que involucrará los físicos de los jugadores del equipo… pero no es tan así.
A medida que un torneo de seven avanza, los cambios en los organismos de los jugadores son muchos y tendrán una incidencia directa en varias de las funciones cerebrales que comandan la actividad del jugador. La acumulación progresiva de ácido láctico en el músculo traerá aparejado dolor o calambres; la agresión muscular microtraumática incidirá en la capacidad muscular general; la potencia muscular y la posibilidad de desarrollar velocidad también se verá afectada, a ello se sumará la merma de la disponibilidad de glucógeno muscular por la prolongada duración del torneo y por el poco tiempo de que se dispone para renovar los aportes nutritivos… En suma, el peor momento físico de los jugadores coincidirán con los partidos finales.

Debido a las características particulares del desarrollo del juego, el jugador de la versión seven de rugby tiene que reunir características psicológicas especiales. Pero, además, un torneo de seven presenta la particularidad de que las condiciones van empeorando a medida que se avanza en el mismo. Por lo tanto, no será suficiente con tener las características “estáticas” ideales para desarrollar un buen juego de seven, sino que también deberá profundizarse en el desarrollo de las características “dinámicas”, estas son, aquellas indispensables para seguir adelante a medida que el torneo avanza y el físico se va resintiendo.

Un jugador de rugby de seven debe tener un manejo de la atención y de la concentración superlativos. La merma en la cantidad de jugadores hace que cada jugador vea incrementada la necesidad de mantener la atención y la concentración en cada cosa que ocurre en el juego. La atención (James, 1890) es “la toma de posesión por parte de la mente, de manera clara y vívida, de uno entre varios objetos o serie de pensamientos simultáneamente posibles… Implica el retraimiento de algunas cosas para ocuparse efectivamente de otras”. En el deporte en general la atención es fundamental, pero en el seven en particular, la atención y la concentración son indispensables. Puede parecer simple, pero el proceso atencional es sumamente complejo. Para que tengan un panorama, podemos analizar el proceso de atención dividiéndolo en los siguientes aspectos (Fox, 2009): procesamiento de la información, sistemas de memoria, información de la medición, atención selectiva, capacidad de procesamiento de la información, estrechamiento atencional, estar en la zona, medición del foco atencional, etc. La buena noticia es que el control de la atención se entrena e incluso se puede aprender un estilo atencional determinado, se pueden evitar las interferencias, etc. Esto significa que el coordinador de un equipo debe tener en cuenta que a medida que el físico decae, resulta más importante que cada jugador pueda apoyarse en su fortaleza mental para seguir adelante.

“Cuando el cuerpo se encuentra en una situación extrema, y la mente está completamente centrada en eso, incluso sin tener conciencia de lo que hacemos podemos lograr lo más extraordinario” (Tolson, 2000, refiriéndose a Tiger Woods). Una vez que la destreza deportiva se ha logrado, lo que distinguirá a los jugadores y equipos superlativos será su capacidad de mantener los requerimientos mentales en un nivel que les permita sobrellevar la adversidad física que propone el seven a side. En las últimas etapas de un torneo de seven, la fortaleza mental será indispensable. No puede pensarse la ejecución de ningún deporte sin tener en cuenta los procesos mentales involucrados. La ejecución perfecta de las destrezas deportivas es posible si consideramos la interacción constante entre el cuerpo y la mente, ya que el cerebro y sus funciones no están aislados en el momento que se requiere el rendimiento físico máximo.

El cansancio físico puede llevar al jugador a iniciar un diálogo interno negativo que interfiere el rendimiento y lo haga cometer errores. Un jugador mentalmente entrenado tiene la capacidad de detener los pensamientos y de concentrarse en lo necesario en un momento específico. Si se practica y se desarrolla la capacidad de detener los pensamientos y desarrollar la concentración ANTES de un torneo, se podrá echar mano de estas habilidades cuando se necesiten, en especial, cuando las fuerzas físicas comienzan a mermar. Por eso, el entrenamiento de seven a side debe tener particularmente en cuenta la fortaleza mental de sus jugadores. Las habilidades psicológicas también son “entrenables” y “mejorables”.

Hoy mencionamos la atención y la concentración. Pero no son los únicos mecanismos a tener en cuenta. En otras notas nos dedicaremos a distintos aspectos de esta modalidad tan intensa.

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

¿De qué hablamos cuando nos referimos a la «cohesión» de un equipo?

Está por dar comienzo uno de los torneos más importantes del país y la emoción ya se hace sentir. Por eso, nos pareció una buena oportunidad para hablar sobre un tema del que siempre se opina: la unión del grupo.

Cuando hablamos de la unión del grupo nos referimos a la cohesión del equipo. El término “cohesión” se refiere a la propiedad que tienen algunas cosas para reunirse y permanecer unidas; en Física, concretamente, la cohesión se refiere a la fuerza de atracción que mantiene unidos determinados elementos. Durante la década de 1950, en Estados Unidos, autores como Festinger, Schacter y otros, definieron la cohesión como “el campo total de fuerzas que actúa sobre los miembros de un grupo para que permanezcan en él”. Esta definición fue evolucionando con el paso del tiempo y seguramente hay todavía mucho por investigar y por decir al respecto. En especial cuando analizamos nuestro rugby local.

Es frecuente escuchar que se atribuye el resultado de un partido a la forma en que los jugadores están funcionando como equipo, a cómo están en cuanto a su unidad, si se llevan bien entre ellos, si hay buena comunicación, si hay mucho “individualismo”…  La pregunta es: ¿podemos atribuir los resultados de un equipo solo a la unión o cohesión de un grupo? Como veremos, las cosas no son tan simples…

Un equipo es más que un conjunto de jugadores; tiene elementos en común y fines comunes que le confieren “eso” que los hace más que la simple suma de sus miembros. Hay determinadas “fuerzas” que actúan en los integrantes de un equipo y que hacen que se mantengan unidos. Generalmente se menciona a las fuerzas de atracción del grupo y las fuerzas de control de los recursos.

Las fuerzas de atracción de un grupo tienen que ver con el deseo de cada uno de esos integrantes de pertenecer a ese equipo y que los lleva a relacionarse entre ellos, a interactuar unos con otros. El control de los recursos se refiere a los beneficios que puede obtener cada integrante por el mero hecho de pertenecer al grupo (por ejemplo, reconocimiento).

Pero esto solo no era suficiente. Con el tiempo y nuevas observaciones, se empezaron a señalar distintos aspectos de la cohesión hasta llegar a  la cohesión de trabajo y la cohesión social.

La cohesión de trabajo tiene que ver con la forma en que los  miembros de un equipo trabajan juntos para lograr un objetivo (por ejemplo, salir campeones). Cómo se llegue al objetivo va a depender del trabajo en equipo que realicen sus miembros, se alcance o no la meta.

La cohesión social, en cambio, es la forma en que los integrantes de ese equipo se relacionan unos con otros, como se llevan, si se caen bien o no, si comparten lazos de amistad, si salen juntos fuera de las actividades relacionadas con el deporte, si pueden solucionar sus problemas internos, si pueden capitalizar sus rivalidades, etc.

Por eso, volviendo a nuestra pregunta, cuando pensamos en un equipo y en su cohesión, es importante distinguir a qué aspecto de la misma nos estamos refiriendo. Puede darse el caso que un equipo gane aún cuando algunos de sus integrantes ni siquiera se hablen fuera de la cancha (cohesión social), siempre y cuando tengan claro y respondan debidamente a un objetivo común, como puede ser ganar un campeonato (cohesión de trabajo). Esto lo vemos claramente en otros deportes, en nuestro país, y también lo vemos en el rugby profesional, en otras ligas… Pero… la pregunta es si, en el rugby amateur, por sus propias características, tendría sentido que un equipo funcione “cohesionadamente” en cuanto a sus objetivos de trabajo, pero sin tener cohesión social. Parece muy difícil.

Ya en 1982, otro autor, Carron, tuvo en cuenta los dos aspectos mencionados y  propuso una nueva definición, describiendo la cohesión como “un proceso dinámico reflejado en la tendencia de un grupo a no separarse y permanecer unido en la búsqueda de sus metas y objetivos”.

Ahora bien: hay factores que influyen y que afectan el desarrollo de la cohesión de un equipo. Son factores ambientales, factores personales, factores de equipo y factores de liderazgo. En otras notas nos iremos refiriendo a cada uno de ellos. A su vez, hay factores culturales que no pueden dejarse de lado a la hora de pensar en la cohesión de un equipo.

En nuestro rugby local los equipos son, en su mayoría, el resultado de años de trabajo juntos, donde sus integrantes suelen conocerse desde chicos, y donde el “trabajo en equipo” suele trascender lo meramente deportivo. Estos son aspectos culturales propios que forman parte de un concepto de cohesión que es particular a nuestra realidad. Podemos pensar que, uno de los objetivos de nuestros equipos locales de rugby es que el juego se desarrolle en un grupo unido, aunque en la práctica no sean todos amigos de todos.

En una interesantísima nota que publica Rugby Fun el 13.04.09, encuestaron a cada uno de los equipos que arranca el próximo sábado el torneo de la URBA. A todos se les preguntó cual consideraba que es el punto fuerte del equipo. Sobre 24 equipos, 12 respondieron que el punto fuerte del equipo era la unión del grupo (o un atributo asimilable, como puede ser la “entrega”). Esto nos habla de la importancia que tiene en nuestro rugby local el aspecto social de la cohesión. Podríamos pensar que, si la unión del grupo es el aspecto más fuerte para un equipo, para esos equipos que así lo consideran, la unión del grupo –la cohesión social- es un objetivo logrado y puesto al servicio del trabajo del equipo.

Tal vez el mejor ejemplo de lo que es conjugar las proporciones justas de cohesión social, cohesión de trabajo y cultura propia sean Los Pumas versión 2007. El objetivo de trabajo estaba clarísimo: salir campeones. A nivel social, en la cancha el equipo reflejaba lo que seguramente vivían a nivel interno: una alta dosis de compañerismo y pertenencia, un liderazgo respetado que se evidenciaba en la conducción del equipo adentro y fuera de la cancha, un equipo técnico donde cada uno hacía su trabajo sin buscar protagonismos personales.  Y además, la convicción interna de cada uno de dar lo mejor de sí mismo, al ciento por ciento, sin mezquindades, para lograr el objetivo común.

Los Pumas 2007 es un equipo que merece estar en cualquier libro de Psicología del Deporte como ejemplo de lo que debe ser un equipo más allá de cualquier intento de definición teórica.

Tal vez de eso se trata la cohesión.

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Lic. Inés Tornabene
Psicóloga

El resguardo de la privacidad del deportista en la consulta profesional. Distintas modalidades de atención

Raramente encuentro la oportunidad de reunir en un mismo tema áreas tan dispares como la Psicología, el Derecho y la Protección de Datos Personales. Trabajo en las tres y en la nota de hoy puedo articularlas en un tema tan esencial como la atención psicológica del deportista, sea un jugador de rugby o de otro deporte. Y creo que les va a interesar tanto a los deportistas como a los colegas psicólogos que se sientan atraídos por esta apasionante rama de la Psicología.

La asistencia psicológica en general, y en el deporte en particular, aún se encuentra demasiado impregnada del componente psicopatológico cómo único objetivo. Muchos deportistas son reacios a realizar una consulta fundamentalmente porque no quieren que se sepa que consultan, por temor a que los señalen, o simplemente porque les da vergüenza decir que tienen que ir al psicólogo. Las consultas por las cuales un deportista puede llegar a nuestro consultorio no siempre tendrán que estar vinculadas con cuestiones psicopatológicas, con enfermedades. Temas relacionados con el control de la ansiedad, del stress, de las presiones externas e internas, de la motivación, de cómo alcanzar las metas, de cómo fortalecerse mentalmente, de cómo aprender a relajarse, son temas de todos los días, y la lista sigue y es realmente muy extensa, y ninguno de estos temas siquiera roza el aspecto psicopatológico. Otros temas más preocupante, como la reiteración de lesiones o el momento del retiro, también son dejados de lado muchas veces, cuando un acompañamiento terapéutico sería absolutamente provechoso, y tampoco estarían vinculados con la patología.

Otros temas, en cambio, sí son eminentemente clínicos, como ser el doping, el abuso de sustancias prohibidas, los trastornos alimentarios, etc, pero hoy no nos dedicaremos a ellos.

Esta situación sería distinta si los deportistas supieran que el psicólogo DEBE guardar secreto profesional y esto implica que ni siquiera deberían decir que determinada persona es su paciente; es más, por la connotación que también lleva el término “paciente”, tal vez tendríamos que hablar de asistido u orientado. El psicólogo deportivo debe saber permanecer en el anonimato (Serrato, 2009) sin desconocer lo beneficioso que su actividad profesional puede resultar para el deportista que asiste. No es fácil renunciar a esa cuota de egocentrismo que implica comentar a quienes se asiste, se trate de deportistas individuales o de equipos. Pero aunque no sea fácil es absolutamente necesario para poder, no solo cumplir con la obligación de guardar el secreto profesional, sino también para afianzar el lazo de confianza con la comunidad deportiva donde nos desempeñemos. El psicólogo que compita con el deportista en popularidad o reconocimiento debe pensar bien la posibilidad de dedicarse a esta área.

Algo tiene que quedar en claro: el secreto profesional es una OBLIGACIÓN LEGAL para el psicólogo, y no una concesión que realiza. El deportista tiene DERECHO a que se resguarde su privacidad.

La Psicología del Deporte, en su área clínica, requiere de distintas formas de intervención, algunas de las cuales facilitan y posibilitan el resguardo de la privacidad del deportista.  El asesoramiento o asistencia desde el área clínica es la que se realiza en la forma tradicional, en un consultorio, y es, precisamente, la forma más mitificada, por la connotación que arrastra de enfermedad  o de trastornos mentales. El asesoramiento o asistencia en el medio deportivo, como puede ser en el campo de deporte o en las pistas, va ganando lentamente un espacio. Es en el ámbito propio del deportista o del equipo donde el psicólogo puede evaluar y diseñar sus intervenciones, las cuales serán vehiculizadas, por lo general, a través del entrenador o coach, en el caso de un equipo. En este ámbito la figura del psicólogo deberá ir integrándose al equipo técnico compuesto por el entrenador, el preparador físico, el médico, el fisioterapeuta, etc., siempre teniendo en cuenta que se trata de roles distintos cuando se forma parte de un equipo técnico o cuando se asiste a un deportista en forma individual.

Una tercera modalidad es la asistencia o asesoramiento en línea, on line, a través de correo electrónico y/o chat. Esta modalidad es la que tal vez ofrezca más tranquilidad a los deportistas que deciden una consulta, dado que permite un acercamiento tentativo y un mayor resguardo de su privacidad.

La modalidad de asistencia terapéutica en línea no es factible para todos los casos, debiéndose descartar cuando se detecte la presencia de patologías o cuando se trate de un menor de edad. Dejando esto en claro, no existe impedimento alguno para asistir a un deportista a través de las herramientas que la tecnología nos provee hoy en día. Las ventajas son considerables y se vinculan con la posibilidad de continuar la asistencia aún cuando el deportista viaje o se encuentre en otro país, la mayor comodidad de contar los problemas sabiendo que la identidad se encuentra resguardada, en especial al inicio de la relación terapéutica, no tener que concurrir a un consultorio y que lo vean, etc.

Lo ideal será la posibilidad de utilizar métodos de asistencia que involucren las tres modalidades alternativamente de acuerdo a las necesidades que se vayan presentando. El psicólogo debe tener en cuenta que, si la entrevista presencial resulta indispensable, debe plantearlo y analizar si puede o no continuar con la asistencia sin llevar a cabo la misma. Cuando evalúa que la entrevista personal es indispensable y el deportista se niega, debe considerar los alcances de continuar y la responsabilidad profesional que le puede acarrear.

Una metodología de asistencia que involucre al menos dos de las tres modalidades incluye las entrevistas presenciales, sean en el consultorio o en el campo, y las sesiones por internet, lo cual permitirá un contacto más fluido y un seguimiento más preciso. A su vez, el deportista se sentirá más acompañado sabiendo que dispone de herramientas alternativas de comunicación.

El progreso en el acompañamiento posibilitará que sea el propio deportista quien decida dar o no a conocer su experiencia terapéutica.

¿Y la protección de los datos personales? Bueno, además de guardar el secreto profesional, un psicólogo que ofrezca como modalidad de atención la asistencia en línea debe tener un espacio en internet que garantice la seguridad de los datos del deportista que los utilice y advertir que aunque cuente con condiciones de seguridad informática, no puede garantizarse dicha seguridad en un ciento por ciento. También tiene que tener en cuenta, y advertir al deportista que lo contrate, que en caso que evalúe que sea indispensable la entrevista personal, el tratamiento puede llegar a quedar supeditado a la realización de la misma. Los datos son de la persona y es la persona la única que tiene derecho a dar a conocer su información privada. El hecho de brindar asistencia psicológica, aunque no haya una patología involucrada, es información sensible que debe ser celosamente resguardada por el profesional de la salud que interviene.

Esta modalidad puede ser útil no sólo para el deportista en forma individual sino también para un equipo, pero sobre este tema lo desarrollaremos en otra nota.

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Lic. Inés Tornabene