La radio me acompaña desde antes de nacer. Mi viejo me legó esa costumbre de tener la radio encendida todo el día y toda la noche. La radio es compañía. A la noche nos gustaba escuchar a Dolina, es uno de los recuerdos que me viene así, de golpe.
Y mi abuela escuchaba a Larrea. Era una ceremonia, poner la pava para el mate a la mañana, prender una radio roja que todavía conservo, compartir ese momento, y después seguir.
En la adolescencia escuchar al Loco de la Colina con la cortina de Los Redondos, a la noche música a full, después Mario Pergolini y tantos.
La radio encendida estudiando. Nunca pude estudiar sin la radio, sin música.
La radio encendida antes que el motor del auto. La radio en la ruta. La radio siempre.
La radio es magia, te permite volar con la imaginación, te acompaña, te convoca al diálogo, a no sentirte solo nunca.
Hace pocos años, unos tres, se convino en celebrar todos los 13 de febrero el día internacional de la radio. La fecha se fijó en el día que comenzó sus transmisiones la Radio de las Naciones Unidas en 1946.
Hoy, sigue igual de vigente como medio de comunicación, profundizado en el hecho que con las nuevas tecnologías hay una verdadera interacción, un feedback, un idea y vuelta. Pero la radio sigue su esencia.
La radio tiene esa magia de la intriga de preguntarnos si del otro lado hay alguien que nos escucha. Como siempre, ya que aún en el cara a cara, nos preguntamos si ese otro delante nuestro, nos escucha. Si le llegamos.
La radio tiene esa magia de la generosidad del compartir, de comunicar y correr el riesgo, aún sin saber quien nos va a escuchar.
Como la vida.
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